Ricardo al timón Por Dr. Vito Cornamusza Ricardo al timón, 22 nudos de viento del sudeste, navegando a la cuadra con rumbo noventa. Olas de casi 2 metros rompiendo sobre babor, y la proa perdiéndose cíclicamente bajo media tonelada de agua marrón a cada cabeceo. Ignacio tirado en la cucheta de estribor, abrazado al violín, sin largar el balde de achique. Cuando el mareo castiga no hay remedio que valga. Las terceras 45 gotas de reliveran bailotean en el fondo del balde y la cara verde de Ignacio hacia juego con la funda de los almohadones. La salida apresurada a pesar del pronostico, y la falta de amarinamiento de algunos víveres había regado el piso de la cabina con ropa, fideos, bolsas. Una latita de pate iba y venia entre el mamparo del camarote de proa y la base del palo rodando (mareada también) entre rolidos y cabeceos. Fernando apenas si se mantenía en pie. Iba por el tercer resbalón en el pasillo de estribor intentando llegar a proa para asegurar la tapa de la caja de anclas. Se había clavado el guardamancebos en las costillas del lado derecho; la mano izquierda adormecida por el golpe contra el molinete, y la palma derecha quemada al sujetarse del obenque para parar la caída. El olvido de los guantes a estrenar en casa y la falta de experiencia practica a pesar del flamante carnet que lo habilitaba como timonel eran cada vez más evidentes. Ricardo a los gritos pidiéndole que asegurara algo, no entendiendo si no escuchaba por el viento o no entendía de que carajo le hablaba…para colmo Ignacio que la tenia más clara estaba más verde que un loro bajo cubierta mientras el estaba calado hasta los huesos, con más agua en las botas que adentro de la bañera. La mayor con una mano de rizo que Ricardo había tomado con gran dificultad mientras sostenía entre las piernas la caña del timón tratando de conservar el rumbo, el equilibro y pelear con los amantes mientras enfachaba . Y el boludo este de Fer que se la daba de marino todavía no había podido llegar a la proa sin caerse. En cualquier momento perdían la tapa de la caja de anclas que seguía batiéndose a cada cabeceo. Ignacio empinaba por cuarta vez el frasco de reliveran vaciándolo por completo al mismo tiempo que la nueva oleada de nauseas lo envolvía haciéndolo abrazarse más fuerte aún al balde. Fue un instante de descuido, un segundo. La combinación de noche de cartas y cerveza en la amarra para salir temprano y el empecinamiento en salir a pesar del pronostico jugaban en contra. El cambio de rumbo, la ola más alta que las anteriores, el barrenado, el cambio de amura y la consiguiente trasluchada llevaron la botavara directo hacia Fernando en un muy mal momento. Recién estaba levantándose de su quinta caída y todavía dolorido con el golpe contra la carroza apenas pudo ver por el rabillo del ojo el haz plateado que se acercaba velozmente. Llego a interponer el brazo haciendo que absorbiera parte del impacto. El ruido de huesos rotos lo sintió Ricardo claramente sobre el silbido del viento que seguía incrementándose. Al levantar la vista lo vio a Fernando pasar limpio por encima del guardamancebo y quedar colgando contra la banda todo en un solo movimiento. Lo primero que se pregunto es si el nudo en el arnés estaría bien hecho (inevitable recordar el último as de guía que le había visto hacer y deshacerse solo al primer tirón). Ignacio sintió el grito de Ricardo aún cuando Ricardo ni siquiera se había llegado a dar cuenta de haber abierto la boca. El golpe contra la banda se sintió en la cabina tan secamente que las nauseas volvieron a acunarlo. Definitivamente tenían que ser los calamares con cerveza, nunca antes se había mareado y mucho menos de esta manera. Y para colmo las cosas parecía que seguían complicándose. Ricardo solo afuera para llevar el barco y tratar que Fernando entendiera lo que quería que hiciera. Las manos no le alcanzaban para tomar el cabo, fijar la caña, liberar las escotas (si el foque se quería rifar que hiciera lo que quisiera). Al perder el foque el cabeceo se torno intolerable, Con dificultad voló hacia la banda amarrándolo a Fernando del chaleco mientras intentaba evitar que siguiera golpeándose contra el casco. Por suerte los kilos esta vez le jugaban a favor, aprovecho el rolido y cargando el peso lo subió de una vez golpeándose la espalda contra la carroza. El rolido más acentuado le hizo ver que se estaban atravesando a las olas. Fernando inconsciente en el pasillo, Ignacio vomitando abajo. Se sintió totalmente solo e inútil, abrumado por las circunstancias. Dejaría los lamentos para más adelante. Fernando tenia pulso y respiraba, ya era algo. Lo roto boca abajo para que no tragara agua. Noto el hilo de sangre que le corría por la sien, pero ahora no había tiempo para eso. Si no sangraba en serio que no jodiera. Intento poner en marcha el motor. Como siempre que lo necesitaba tosió y tosió sin arrancar. El cabeceo, los escapes, el aire en los tanques, tanto para revisar. Decidió olvidar el motor. Le pego una mirada a Fernando que seguía sin moverse casi. Apenas se lo veía respirar. Cazo la escota del foque acuartelándolo, cazo la mayor, timón a la orza y quedo a la capa. Debiera tomar una mano más de rizo pero la mayor iba a tener que aguantar un poco más. Amarro al balcón la caña y volvió todo la rápido que pudo al lado de Fernando. Mucho cabeceo, menos rolido. Poco a poco lo arrastro a la bañera. Fernando tenia un golpe bastante grande en la sien izquierda que sangraba un poco y el antebrazo izquierdo partido al menos en 2 partes. Ignacio seguía abajo sin poder moverse. Fernando empezaba a quejarse un poco. Si reaccionaba iba a ser bueno. Las olas no daban descanso. Ricardo intento hacer memoria donde diablos había quedado el botiquín. Ya pasaban 5 minutos de la caída de Fer y parecía que habían corrido más de 20. Fernando se movía dolorido y parecía estar más reactivo. La lluvia había dado una tregua momentánea, pero las olas seguían barriendo la proa en cada cabezada y la maldita tapa de la caja de anclas parecía reírse en cada batir de mandíbulas al abrir y cerrar al compás de la roda. Colonia en estos momentos parecía tan lejana como la mítica Atlántida. La voz de Fernando lo volvió a la realidad. Puteando a la botavara, al brazo dolorido, a la tormenta, había reaccionado y no había forma de callarlo. Se le escapaban las lagrimas y las puteadas al mismo tiempo. El brazo impotente colgaba al costado y cada rolido arrancaba un ay de dolor. Ricardo entro y salió rápidamente de la cabina con el botiquín en la mano preguntándose que paso era el siguiente. Primero le miro la sien. El corte debía tener unos ocho centímetros y a pesar que parecía profundo y estaba muy hinchado pero apenas si dejaba correr un hilito de sangre que le seguía manchando un poco más el cuello de la campera de agua. Le puso agua oxigenada con una gasa, y sin darle más atención al corte se concentro en el brazo. Fernando se quejaba un poco menos y parecía algo adormecido. Del tambucho de estribor saco la madera que usaba para medir el combustible. Sin vacilaciones la partió y presentándola la ato al brazo de Fernando péndulo como estaba sacándole unos ayes de dolor extra más de lo que hubiera querido. No contento con el trabajo rebusco en el tambucho una vez más y con una gran sonrisa saco la mano con medio remo de aluminio que estaba perdido del gomon de los chicos desde hacia años y se le daba por reaparecer debajo de los salvavidas en el momento justo. Tomo otro cabo y lo fijo una vez más al brazo dejando fijada la fractura. Se lo acerco al pecho y lo colgó del cuello de Fernando con un cabo grueso dejando el resto de la aduja en el piso de la bañera. Podía ser poco elegante pero se sintió triunfador al mirarlo a Fernando que abría la boca para dejar escapar una nueva puteada. Más seguro miro el gps y la carta, habían abatido dos millas al norte de la ruta proyectada. A mitad de camino entre Colonia y Buenos Aires que ahora parecían tan lejos. El viento había cejado un poco y el anemómetro cantaba unos 15 nudos. Busco el piloto automático y lo dejo semiconectado como para que diera una mano si era necesario. Soltó la escota del foque virando a estribor y quedando al través prácticamente, proa a la IALA de vuelta a Buenos Aires. 7 nudos ahora. Fueron tres horas eternas llenas de minutos interminables. Ignacio abajo dormía abrazado al violín. En cubierta Fernando de un color pálido que contrastaba con los colores de la campera impermeable en blanco y azul, ahora salpicada de bordo sobre todo un costado. Condecorado con un resto de naufragio que le cruzaba el pecho y le sostenía el brazo roto parecía un trasnochado de algún carnaval náutico a mitad de camino entre una batalla naval y un hallowen marítimo. Ricardo se permitió por segunda vez en las ultimas horas una sonrisa pensando en la pena que le daba no haber traído la camera, para sacarle una foto a Fernando y distribuirla en la oficina. Nunca pensó que el antepuerto le pareciera tan familiar y el YCA tan extrañable. había modulado por radio a Don Gómez, el marinero del club, y este debía de haber avisado para que los estuvieran esperando con una ambulancia Esta vez el Ruggerini decidió arrancar permitiendo que la acidez que sentía ahora Ricardo no siguiera aumentando. La maniobra de amarre fue increíblemente suave a pesar de la ansiedad. Varias manos ayudaron en la maniobra. La camilla se llevo a Fernando y mientras el ulular de la ambulancia se alejaba entre el bullicio del transito, Ignacio asomaba su verdoso rostro por la escotilla. La tentación de decirle “ya que estas….” Fue grande pero mirándole el tono de la cara presintió que no lo iba a entender. Mientras Ignacio se sentaba en la estacada y comenzaba a disfrutar del mareo de tierra aún aferrado al balde que le daba un aspecto cada vez más ridículo, de los labios de Ricardo empezó a escapar la tonada de Popeye el marino mientras pensaba que, sin duda alguna, la próxima vez ni loco embarcaba un Viernes 13.
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