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Retornar a Vito Dumas

DE CIUDAD DEL CABO A NUEVA ZELANDA (1942)
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Vito Dumas llega a Ciudad del cabo el 24 de Agosto y permanecerá en ese puerto hasta el Lunes 14 de Septiembre de 1942. Ese tiempo lo aprovechó para alistar el barco y lo mismo para su persona. Veamos en las propias palabras de Dumas esas primeras impresiones en tierra:

V.D: “ Qué extraños esos primeros pasos ! Qué indecisión ! Me parece que la tierra se balancea. Pero no; allá está el barco fondeado: mi querido Lehg II. Trabajo cuesta pensar que ha surcado ese enorme mar y que ahora se mece dulcemente en abrigadas aguas”
20 días duró la escala realizada en Ciudad del Cabo. El llamado al mar no tardo en llegar, y las comodidades de tierra no pudieron impedir la inminente partida:

V.D. “Afuera la luna se reflejaba contra el mar siguiendo una línea hacia el oeste, como señalando mi lejano hogar. Era un llamado, un aviso, un despertar. El camino de la luz... No sé qué simbolismo plasmase en esos momentos. Allá estaba el oeste, allá tendría que llegar. Y si no llegaba a ese lugar, tampoco llegaría a sitio alguno. O aquello, o nada. Ni esa armonía de la noche caída sobre la blanca playa, ni ese confort que se me había brindado tan generosamente como un remanso en donde aquietar mi espíritu, nada podía detenerme. Había salido de Buenos Aires en dirección al nacimiento del sol...; ahora la Luna me indicaba esa partida y parecía exigir un regreso. Era llegado el momento. Dije < hasta mañana >. Y fue <siempre >.”
V.D “Lunes 14 de Septiembre. El Lehg II aguarda”, “Ha llegado otra vez el instante de la partida. Los minutos vuelan. Voy izando rápidamente todo el paño. Interrumpo la tarea para saludar al cónsul de Portugal, luego al de España y a un representante del “Royal Club” de Capetown, cuyos miembros en su mayoría están alistados en el ejercito”

V.D. “El grito de < Cherio... Cherio... Cherio... >, el saludo que lleva consigo un buen augurio, se va repitiendo desde tierra, en donde los amigos, obreros, marineros y empleados lo emiten con verdadero cariño. Sigo un bordo para alejarme aun más de la parte del puerto donde el viento es débil y encontrar uno más fuerte y ya libre de obstáculos, a fin de virar y serme posible tomar alta mar”.
Veamos como registran los medios periodísticos de la época el comienzo de esta segunda etapa, sin duda la más dura de todo el viaje. El presente es un artículo publicado por la revista Neptunia de Septiembre de 1942

LA TRAVESÍA DEL LEHG II HASTA EL CABO DE BUENA ESPERANZA
“Ultimas noticias anuncian que Vito Dumas ha zarpado con el “Lehg II” el 16 del corriente del puerto del cabo de Buena Esperanza con destino a Australia iniciando así la segunda etapa del periplo que se ha propuesto realizar. La iniciación de esta nueva travesía transforma la alegría experimentada por el éxito que alcanzo, en una especie de constante preocupación por lo que pudiera ocurrirle en la prosecución del arriesgado programa que se ha propuesto cumplir.”
“El arribo del vapor Argentino “José Menéndez” de la compañía Importadora y exportadora de la Patagonia, procedente de África del sur, ha permitido el recibo de la carta que Vito Dumas dirige al señor José Antonio Aguirre, Vice-Comodoro del Yacht Club Argentino, quien ha tenido la gentileza de permitir se la reproduzca en esta página para llevar a conocimiento de la familia náutica, el verdadero estado espiritual del compatriota que lleva a cabo una empresa de positivo valor, exclusivamente deportivo, con la cual; suma al historial de nuestro Yachting un numero más que lo enaltece en el ambiente mundial, elevándolo hasta ocupar primeros puestos en el elenco de las travesías oceánicas de esta naturaleza, que llegan muchas veces a producir en quienes las emprenden hasta la perdida de la noción del tiempo, como ocurre en el presente caso en que Dumas parece olvidar que su vida está transcurriendo en el curso del año 1942.”

Las primeras horas de esta nueva etapa transcurrieron de la siguiente manera:

V.D. “ Poco más de 10 millas he podido cubrir en estas primeras veinticuatro horas. A la tarde una engañosa brisa me hace entrever la posibilidad de doblar el cabo de Buena Esperanza a medianoche, del que solo me separan veinte millas. Después de pasar Houtbay quedo encalmado frente al faro Slang Kop, lo que me tiene sobresaltado toda la noche por los barcos que transitan. Las enormes moles de acero pasan sin luz. Solo anuncia su proximidad el ruido de las maquinas que las impulsan. Llega hasta mí el sonido armonioso de las aves marinas cercanas a la costa, confundidos con otros rumores de ese inmenso continente que es África. En tierra titilan luces, en lo alto, una orgía de estrellas; eso suple con creces mi orfandad. Me invade una especie de laxitud ante ese espectáculo de ensoñación. El Lehg II apenas deja un surco luminoso en el mar.”
V.D. “Son las 10 de la mañana de ese día 16 y el cabo de Buena Esperanza es doblado. Se cierra así la etapa del Atlántico y penetro en el océano Indico, En la “ruta imposible”. Nadie, nadie hasta ahora se ha aventurado por las desoladas regiones que voy a navegar.”
Vito Dumas escribió en su libro “Los 40 bramadores” respecto de esta etapa lo siguiente:

V.D. “ He pasado en el Atlántico días terribles: quizás esto me brinda cierta seguridad frente a lo que vendrá, pero la realidad de lo que aguarda, la terrible realidad, superara todo lo que haya sufrido en mi vida de marino, Será más dolorosa, más angustiosa, más incierta que la breve pasada en el golfo de Gascuña en aquel crucero de 1932.” “ Este pobre corazón mío, ¿ como pudo haberse sobrepuesto a tanta amargura, a tanto espanto, si es de la misma constitución de esa gente tranquila, normal y común que ahora me rodea ? ¿ como pudo el cerebro desviarse de la locura y mantener el equilibrio necesario para poder razonar, para serle factible tomar distancias, efectuar cálculos, concebir planes, en ese infierno que nunca más en mi vida volveré a cruzar ? Si porque nunca más ! Nadie podrá pedirme eso otra vez. Nadie, nadie. No volveré jamas. Ni el tiempo será capaz de hacerme olvidar lo sufrido. No lo olvidare nunca. Nadie podrá solicitarme otro esfuerzo semejante. Y al mirar por ultima vez lo que quedaba allá en popa, al transponer la línea imaginaria entre el mar de Tansmania y ese Indico, una especie de escalofrío invadió todo mi ser”
El día 19 Dumas se encuentra navegando en las inmediaciones del lugar en que ha sido visto el espectro del “barco fantasma”. El Holandés errante (ver la historia en relatos asombrosos ). Dada esta circunstancia él aprovecha para relatar un acontecimiento que le ocurrió en el viaje de Arcachon (Francia) a Buenos Aires en 1932. Hablando de las leyendas Dumas nos dice:

V.D. “Todos los marinos respetan esas leyendas, pues a ellos, en sus correrías por los mares, les ha acaecido lo que para el corriente de los mortales es fantástico. No olvido el misterio del bergantín María Celeste” ( ver la historia en relatos asombrosos ) “ Otro caso, y que puedo ahora narrar porque ya transcurrieron diez años y que en aquel momento hubierasé creído producto de un estado anormal mío, fue el siguiente: Había zarpado yo de Arcachon (Francia) y llevaba dos días de navegación, cuando una noche, a la altura de Bilbao (España), escuche romper lo quietud que reinaba por una conversación, casi en monosílabos. Aparentemente, se trataba de dos personas. Mi sorpresa era inmensa, y me preguntaba como habrían podido penetrar a bordo si las 24 horas que precedieron a mi partida las había pasado en el barco. Sólo que hubieran quedado encerrados en proa, donde jamas yo iba, recinto que se comunicaba por una puerta pequeña que aislaba al resto del Lehg I
< Oye, tú... decía uno; en él se advertía un pronunciado acento español, -ve a buscar algo que comer....> La otra voz, de acento francés, respondió: <-Calla, que te pueden oír....> Insistió el primero: < -No hombre..!>
Como desde mi timonera al tambucho de proa había unos 9 metros y este era tapado por el mástil, bien podría ser que estuviera abierto el tambucho. Por el momento, no atine a decir nada, pero procuraba darme una explicación lógica acerca de la presencia de esos individuos. Uno solía pedir cigarrillos, y se agregaba a ello una rara serie de ruidos extraños que me confirmaban la presencia de dos personas en mi barco. Así transcurrieron 24 horas, en las que no pude abandonar el timón en un temporal que comenzó a arreciar. El cuidado de mi propia vida, si bien es cierto que no me hizo olvidar lo que ocurría, inspiro un perdón hacia los intrusos, pues si era casi imposible permanecer en popa, en donde me hallaba, me figuraba lo espantoso que seria en proa. Decidí que, al calmar la tempestad, los llamaría, para hacerlos bajar en algún puerto. El temporal duro tres días con sus respectivas noches. El barco tenia un metro de agua en su interior, que producía estrago. La noche que me aproximaba a El Ferrol, y ya doblado el cabo Ortegal, les grite para que salieran de su escondite. Nadie respondió. Insistí. Les dije que todo lo comprendía, que los perdonaba. Silencio absoluto. Entonces, ya perdida la paciencia, penetre en la camareta y con un bichero comencé a dar golpes hacia todos los posibles rincones en los que podrían encontrarse escondidos. Los fósforos estaban inutilizados. Era imposible conseguir luz. Retorne al timón y, para darme una respuesta a este misterio, se me ocurrió pensar que habían llegado a la costa a nado...”

Un hecho curioso que le ocurrió en esta etapa del viaje, por poco le cuesta la vida:

V.D. “Salgo a reanudar mi guardia al timón y compruebo que el viento ha calmado. Las nubes son bajas. De pronto, el espanto. A mil metros, por el norte, se acercan tres trombas marinas. Las nubes bullen como hirviendo en un caldero colosal. Calculo en cerca de cien metros de diámetro cada tromba. Giran furiosamente, succionando el agua. No se sabe a ciencia cierta si se elevan hasta donde se encuentra el macizo de nubes. El espectáculo es aterrador, pero a la vez, de una trágica hermosura. Se trasladan rápidamente hacia mí. Virando, procuro zafarme. La maniobra es lenta por el poco viento. Los minutos, los segundos, resultan angustiosos. Por fortuna, pasan a quinientos metros del Lehg II. Siento una indecible sensación de alivio. La muerte me ha rozado”.
104 días duró la navegación por el Indico. Del relato de Dumas podemos deducir lo duro de esta etapa, los sufrimientos que experimento y como finalmente venció el hombre a ese mar hostil; a las circunstancias adversas de una navegación en solitario por esas remotas latitudes, lejos de todo y de todos.

V.D. “Va llegando la noche y no puedo abandonar ni por un momento el gobierno del barco. Navego sin luces y siempre manteniendo todo el trapo. El tiempo es de temporal. La noche está como boca de lobo. El barómetro baja, y me parece que todavía no ha llegado el vendaval a la máxima potencia”. “Ha llegado la medianoche cuando, de repente, el viento cesa de soplar y, antes de que pueda darme cuenta, el temporal del sur está encima”. “Hace muchas horas que no duermo . En realidad, desde que salí no he podido hacerlo. A las tres de la madrugada del día 17, no pudiendo resistir más el sueño, me decido a descansar con ese mar endiablado y arrío la vela mayor”.
V.D. “El día 26 de Septiembre me encuentro en los 36º49’ de latitud sur y 40º30’ de longitud este. Hoy es el aniversario de mi natalicio. Cumplo cuarenta y dos años. Tengo que festejarlo. Me brindo un gran banquete. Comienza con el infaltable chocolate de desayuno; a la noche, una suculenta sopa de harina de legumbres, dulces, bombones y otras golosinas, culminadas con champán.”

V.D. “Me encuentro a 1100 millas de Capetown el 28 de septiembre. En 14 días desde mi salida, y luego de aquellas calmas iniciales, he avanzado satisfactoriamente . No he tenido tiempo de aburrirme. La gente , muchas veces, me ha preguntado como se llenan los días en esas largas cruzadas, pero no conciben que se pueda vivir sin el aliciente de una distracción teatral o cinematográfica y sin la fundamental: la que brindan los semejantes. Recuerdo que, al respecto, se dijo que es hermosa la soledad cuando se la puede comunicar a alguien. Pero esos mares dan motivo de distracción a quien ama la naturaleza, al que es capaz de comprenderla.” “He leído que tres cosas no aburren: la nube que pasa, el fuego de llama y el agua que corre. Pero hay muchas, y la más importante de todas: el trabajo. El hombre que esta bastándose a si mismo adquiere un estado especial que el lector podrá deducir en el curso del presente relato”
V.D. “Prosigue el zarandeo. Una gran ola rompe con fuerza sobre cubierta a babor. El agua gana el interior, y la que anega la timonera se filtra por sobre la cubeta de cinc del piso de la sentina. Trabajo imprevisto que sorprende a cada instante. Lo realizo y voy al timón. Llueve. El tiempo es sucio. Las horas pasan. El agua que viene del cielo se estrella sobre la vela mesana y luego cae gota a gota sobre mi encerado. A veces remolinea siguiendo las rachas del viento y castiga mi cara de lleno aunque me encuentre al reparo de una lona a guisa de chubasquera. La vista se enturbia y dejo de ver por instantes las olas que cruzan por la proa al Lehg II, que lucha abriéndose paso hacia el sudeste.”

V.D. “El Lehg II navega en un infierno que ruge. El océano, pese a ese rugir, esta majestuoso. Las olas se elevan como murallas y se abalanzan después a gran velocidad. Superan los quince metros. Cuando me encuentro en el fondo de una de ellas, trabajo me cuesta creer que el barco pueda remontarse y no sea arrastrado a los tres mil metros de profundidad.” “Ya paso los cuarenta días de navegación desde la partida de Capetown. El frío es intenso. Mi ropa esta imposible. Durante todo el tiempo trato por diferentes medios de hallar la forma de que el barco pueda mantenerse solo en su ruta, pero únicamente me es dado lógralo luego de la medianoche” “Mi comida va de acuerdo a mis provisiones. El arroz es mezclado unas veces con almejas y otras con arvejas. La falta de calorías se hace sentir al promediar la tarde, por las continuas olas que rompen sobre mi y que me obligan a tomar ron o aguardiente, líquidos que bebo como si fueran simplemente agua.”
V.D. “10 de Noviembre” “El barómetro, que oscilaba en los 770º, comienza a descender desde el mediodía. Al transcurrir las horas , lo que yo suponía uno de los descensos normales se torna en una grave preocupación. A la llegada de la noche está en 760º. El viento ha rondado al norte y aumenta en intensidad. El barómetro continua su baja, y transcurre una noche más llena de preocupaciones. Por el ojo de buey se cuela la claridad de un nuevo día. Despacio, como con desgano, voy metiendo ropa sobre esta pobre materia mía que no se como con tanto golpe y sufrir hasta hambre todavía se mantiene en pie. Una bolsa y pedazos de papel de diario van formando el relleno. La carne, al contacto con otra cosa fría que no es el agua del mar, ya entibiada contra el cuerpo, se estremece. Afuera llama la tempestad. ¿Qué importa lo que sienta la carne? Los dedos, ya maestros, no tendrán sensibilidad mayor, pero se prenden como garfios.” “Escapo a ver el barómetro. Está en 755º y continua bajando. Voy a salir a luchar con lo que considero decisivo, pues el barómetro nunca ha bajado a ese extremo, y conozco que lo que viene es un ciclón infernal, en cuyo centro va penetrando el Lehg II; en ese instante y al mirar mi camareta pensando en lo que podría acontecer, emito un ruego callado a Santa Teresita. Me incorporo. Una nueva mirada a todo lo que me rodea, a esos amigos mudos, a esos compañeros que son mis cosas, mi mundo. A mitad de camino rumbo a la timonera toco con los nudillos el barómetro. Ha bajado a 752º. Afuera , el cuadro es realmente impresiónente. Las nubes parecen humo negro y abarcan el ambiente en forma dramática. Una enorme ola sacude el barco violentamente y advierto, por el ruido, que hace estragos en el interior. Al zafar de esa ola atisbo la camareta. El botiquín, pese a estar amarrado, había sido despedido hacia la otra banda. Se mezclan frascos rotos con las colchonetas y trozos de cabos, en el más espantoso desorden. Primero había sido la vida; luego, al constatar que todavía el corazón late, uno se lamenta de cosas secundarias y se apena de esos frascos rotos, de todo lo que en el primer instante no contaba. Me normalizo dentro de mi mismo. Fue un milagro. El tiempo sigue malísimo, pero el primer choque ha pasado. El instante definitivo, ese sin termino medio en el cual se vive o se muere, ha dejado ese saldo. No me quejo. Puedo seguir luchando, y a medianoche arrío la vela de capa. Bajo a mi camareta para procurarme un bien merecido descanso. Una batalla más tengo ganada.”

V.D. “El 13 de Noviembre estoy a solo ciento treinta millas de la costa sudoeste de Australia. Casi la misma distancia que separa a Buenos Aires de Montevideo. Pero sólo en un caso extremo, verdaderamente extremo, desviaría mi ruta en procura de puerto. Tengo decidido, desde que abandone Capetown, llegar en una sola etapa a Nueva Zelandia”
V.D. “Me encuentro muy próximo al meridiano que significa los antípodas de mi lejana patria; vale decir que aún falta la otra mitad del mundo. No puedo con certeza asegurar si las presentes líneas serán leídas o no en le futuro. Luego, mañana, quizá dentro de un instante, pueda sobrevenir la quietud definitiva mía y de mi valiente barco. Pero, de pretender grabar por escrito el presente momento, no encuentro en realidad su medida.” “Es menester que los nervios estén o bien muy normales o adormecidos para mantenerse sin sufrir un grave trastorno mental. La enorme quietud implica diez días de absoluta calma, donde el oído no percibe sonido alguno, ni un tenue eco.”

V.D. “A las cuatro de la mañana del día 24 me sorprende la inclinación pronunciada del barco. El visitante está afuera. Salgo presto, porque el barco ha sentido la racha y se encuentra cruzado a la marejada. Sopla con fuerza el viento. Doy camino al Lehg II y advierto que el primer golpe ha roto la escota del foque. El barco va con todo el trapo, porque me he decidido a aventurarme un poco en ese juego. Estoy algo curtido por los temporales y ciclones del océano Indico y arriesgo aunque el viento sople arriba de los 100 kilómetros por hora, pues estoy resuelto a zafar del problema que significa el sur de Tasmania. Quiero recobrar a toda costa el tiempo perdido. El temporal puedo compararlo, por lo que noto, al Pampero, que me es tan familiar. En la noche de ese día dejo que el barco prosiga solo su ruta con todo el paño. El viento es del sur. Con las primeras luces y con el viento, que por momentos sopla en rachas de más de 100 kilómetros de velocidad, voy a trabajar al extremo del botalón para reemplazar el cabo que cobra el zuncho del foque, con encerado puesto y dos navajas especiales marineras sostenidas por un chicote o rabiza en forma tal, que al menor movimiento caen en la mano. Debiera pensar en las dificultades que debo vencer para afrontar este trabajo, considerado imposible de efectuar, porque cada momento estoy dentro del mar; pero la necesidad es más exigente que las deducciones. Hay que comprender que solo una drapeada del tormentín hace saltar en pedazos el guardacabo; otra sacudida rompe un cabo nuevo de pulgada de mena. Tengo que cuidarme de dos enemigos: por un lado, el mar; por el otro, las sacudidas peligrosas que da el tormentín y que tengo cazado solamente por un cabo. Si llega a romperse, difícilmente lo podría dominar en la posición en que estoy trabajando y me produciría heridas gravisimas. Me tomo un descanso. de lo alto de una ola he podido ver, a estribor, que está retozando un cachorro de ballena vigilado por la madre. Por fin consigo dar termino al trabajo, y al poner, en una escapada que hago a la camareta, nuevos diarios entre la carne y la ropa mojada, compruebo que tengo el cuerpo cruzado por manchas rojas. Mis manos se encuentran ensangrentadas. Pero el trabajo está realizado.”
V.D. “El 30 de Noviembre me encuentro a solo seiscientas millas al este de Melbourne. Comienzo a utilizar agua de mar para las comidas, a fin de ahorrar la poca dulce que me queda.”

V.D. “El día 13 de Diciembre, por la mañana, se produce una pequeña transición en la tempestad. El barómetro ha bajado a 763º “ “Me encuentro encerrado en una atmósfera que envuelve el mar y el cielo desde un color violeta claro hasta el negro profundo. Se viene un ciclón. No tengo voluntad, ni fuerzas quizá, para arriar la mayor. Dejo al Lehg II con todo el trapo. El barómetro baja a 760º, y la primera sacudida del vendaval hace conmover al barco en forma tal, que parece que el palo se habrá de venir abajo. Vigilo con ansiedad, temiendo que se produzca algún estrago en mi velamen. El viento sobrepasa los 130 kilómetros de velocidad. En el andar de las olas muere también la esperanza de que amaine. y en adelante estaré zarandeado de continuo por la tempestad. Una enorme ola que sobrepasa los 18 metros de altura, común en la zona durante los ciclones, rompe sobre el barco y me sumerge, inundando la timonera. Aparezco lentamente entre un colchón de espuma. El agua corre por los imbornales. Siento una debilidad extrema. Apenas puedo quedarme en pie y, sin embargo, a la fuerza tengo que achicar agua. Me molesta el desgarramiento muscular.”
V.D. “Las noches son cortas, tan solo de cinco a seis horas de oscuridad. Siento un dolor intenso en la boca. A aquella insinuación del beriberi combatido por las vitaminas se ha sucedido un malestar en las encías, lo que me produce un dolor intensísimo cada vez que pretendo masticar la dura galleta. El 16 de Diciembre, mi situación es 46º39 sur y 160º este. Me encuentro a escasamente a 260 millas del cabo Providence, pero como mi intención es recalar en Wellington, deberé recorrer todavía cerca de 800 millas. Mi encerado ha sido repasado en sus costuras tantas veces, que ya poca utilidad me presta.”

V.D. “El 24 de Diciembre, víspera de Navidad, a las cuatro de la tarde y recién solo 500 metros escasos, por entre la calima, la que los marinos llaman <la que traga la tierra>, aparece la escarpada costa. Es la parte norte de la isla sur de nueva Zelanda. Lo que tengo a mi proa es el cabo Farewell. Llevo 101 días de navegación! La tierra ha surgido frente a mi proa. He sufrido un pequeño error de solo 400 metros. Es realmente estupendo. No puedo menos que felicitarme.” “ El tiempo pasa más pronto que la velocidad del barco y si ayer no me preocupaba que la recalada se postergara, ahora siento la imperiosa necesidad de llegar. Me encuentro tan agotado y maltrecho, que ya sueño en el descanso que quizá me sea concedido esta noche.”
V.D. “Recién el 27 de Diciembre puedo aproximarme a la costa” “El fuerte viento me impulsa a gran velocidad con todo mi trapo dentro del canal. Al enfrentar Worser, orzo con el Lehg II y atraco así al barco que esta de control. Presento mis documentos. Sus tripulantes quedan sorprendidos. _ ¿ De donde viene usted ? _ es la pregunta. Cuesta trabajo recordarlo. Casi se me había olvidado. No se si decir América, o Sudáfrica, o Capetown. Me decido por esto ultimo. Es más conocido para ellos. Me miran extrañados. No saben si hablan con un cuerdo o un loco. Las voces me son raras. Se mueven los labios, pero me parece que hablan otros.” “Fue entonces cuando, estando mi compañero bien ubicado, pude pensar en mi. Es difícil creer que uno puede normalizarse en tan escaso tiempo, pues todo lo que se me presentaba, los pequeños incidentes del día, eran vividos por mi con gran intensidad. Recién cuando baje a tierra con mi ropa de calle por primera vez y en el preciso instante en que una señorita me pedía un autógrafo, al dirigir la vista por un momento a mi barco , que pocos metros más allá descansaba, recién entonces capte la realidad.”

De esta forma Vito Dumas completa la segunda etapa de este increíble viaje. Sin duda esos 104 días que le llevo unir Capetown con Wellington, lo marcaron para siempre, tanto al hombre como al marino. Recordemos sus palabras al referirse a esta etapa.

V.D. “Se había cumplido una parte importante de la <ruta imposible>. Por primera vez en el mundo y en la historia, un hombre solo había realizado el sobrehumano esfuerzo de recorrer la astronómica distancia de 7400 millas que separan Sudáfrica de Nueva Zelanda. Y la primera vez también que un hombre solo había podido resistir la soledad de 104 días en alta mar, soledad plagada de contratiempos, de desesperanzas, que eran suplantadas por renovadas esperanzas. Este pobre corazón mío, ¿ como pudo haberse sobrepuesto a tanta amargura, a tanto espanto, si es de la misma constitución de esa gente tranquila, normal y común que ahora me rodea ? ¿ como pudo el cerebro desviarse de la locura y mantener el equilibrio necesario para poder razonar, para serle factible tomar distancias, efectuar cálculos, concebir planes, en ese infierno que nunca más en mi vida volveré a cruzar ? Si porque nunca más ! Nadie podrá pedirme eso otra vez. Nadie, nadie. No volveré jamas. Ni el tiempo será capaz de hacerme olvidar lo sufrido. No lo olvidare nunca. Nadie podrá solicitarme otro esfuerzo semejante. Y al mirar por última vez lo que quedaba allá en popa, al transponer la línea imaginaria entre el mar de Tansmania y ese Indico, una especie de escalofrío invadió todo mi ser.”

La revista Neptunia, en su numero de Enero de 1943 publico un articulo titulado “VITO DUMAS LOCO LINDO”. En el se pone en conocimiento de los lectores la finalización de la segunda etapa del viaje; pero por carecer de mayores datos, hace una muy interesante cronología de los inicios de Vito en la náutica. Veamos que dice el articulo:

“Ya es de dominio publico la noticia del arribo del Lehg II a Nueva Zelandia, cumpliendo una travesía asombrosa desde Ciudad del Cabo. Carentes de información detallada acerca de la navegación por esos bravos mares, que pudiera interesar a nuestro ambiente náutico, pasaremos sobre las merecidas frases de elogio ya prodigadas, pero que nada podrían agregar a una fama tan bien cimentada, y ofreceremos como homenaje esta breve nota evocadora de la época en que Dumas se inicio en Yachting, y que ha de agregar contornos nuevos y detalles interesantes a la imagen de su personalidad tengan los que no lo han conocido muy de cerca. Tenemos también la esperanza de que estas líneas lleguen a él y dibujen en su rostro la sonrisa de un amable recuerdo seguramente perdido entre las múltiples incidencias de su vida.

El 24 de Agosto de 1925 Dumas ingreso como socio al Yacht Club Río de la Plata, siendo propietario de un pequeño barquito llamado “Antártida”. Este barquito era una falúa que Dumas había hecho modificar, agregándole una media cubierta y un quillote. Tenia aparejo de cuter de cangreja. Con el realizo frecuentes salidas durante un tiempo. Sus conocimientos náuticos eran sumamente rudimentarios. En realidad, estaba aprendiendo a navegar a vela en la escuela de la propia experiencia. Los que lo conocieron en aquellos tiempos coinciden en destacar su audacia, aparentemente, la audacia inconsciente del novicio entusiasta.
Poco después Dumas se desprendió de su inadecuado barco y navego en los yachts de propiedad del club, pudiendo así dar un mayor margen a su entusiasmo y aumentar sus conocimientos. Era la época en que se hacia alarde cierta despreocupación. Se improvisaban cruceros en pocos minutos, cargando un gabán, calentador, mate y galleta. Muchos fueron los aficionados que durante largo tiempo practicaron el desprecio no ya por el relativo confort de un barco pequeño, sino por las cosas más elementales.
Dumas perteneció a este tipo.

Las fotografías que acompañan esta nota fueron tomadas en un crucero a Colonia, realizado en el barco de la clase Río de la Plata “Euro” de propiedad del Yacht Club ya mencionado. Acompañan a Dumas Carlos Alberto Duval, a quien pocos reconocerán en ese mocito de la izquierda. También Duval se iniciaba entonces en el deporte y luego llego ser uno de nuestros más destacados timoneles. A. Castro Feijóo y otro aficionado cuyo nombre lamentamos no recordar, completaban la tripulación. Estos dos últimos en calidad de pasajeros, pus no tenían conocimiento alguno de navegación. La lista de provisiones de Vito Dumas comprendía: 1 kilo de yerba, 1 kilo de azúcar, kerosene, pan negro, un tarro de dulce de leche y un poco de fruta seca. Duval, que no era de las imprevisiones aporto el calentador necesario, que había sido omitido y su luego famosa bolsa de ropa con cuyas prendas aparecen vestidos todos los de la fotografía, por la razón que pronto se vera.
Se largo la amarra un día de verano, con fuerte y caluroso viento Norte y cielo amenazador por el S.O.

Pero cuando uno empieza a navegar y pasa toda la semana esperando la salida del domingo, estos detalles no tiene importancia.
El Norte fue aumentando durante la travesía y como ya se habrá adivinado, cerca de Colonia se descargo el Pampero, con lluvia y granizo.
Los dos tripulantes nuevos se marearon, naturalmente, y Duval dice que tuvo la sensación del naufragio. El barco tenia todos los rizos pero aun le sobraba paño para otro barco más. La arriada de la mayor se imponía. Dumas, prendido al timón seguía adelante y así se llego al puerto de Colonia y se fondeo el ancla sin animarse a realizar la maniobra de arriar, característica de todo inexperto en apuros.
Calados hasta los huesos y entumecidos de frío, la ropa de la bolsa fue la salvación, equitativamente distribuida, pues nadie más que el dueño llevaba otras “pilchas” que las puestas.

Oscar Rodríguez, a quien todos nuestros aficionados conocen, fue de los amigos de Dumas que lo acompañaron en sus entrenamientos y en sus raids de natación y habla también de la audacia y fuerza de voluntad con que luchó contar la persistente mala suerte que descargaba un Pampero u oponía una extraordinaria correntada en cada ocasión en que intento el cruce del Río de la Plata.

Perteneció al Y.C.R.P. hasta fines de 1928. Luego se aparto y no se supo de él durante un tiempo.
Poco antes de embarcarse rumbo a Europa de donde regresaría en su famosa travesía en el “Lehg”, Duval lo encontró casualmente y a su pregunta sobre las nuevas andanzas en que estuviera, Dumas contesto que se dedicaba de lleno a la radiotelefonía.
Los que se sorprendan de este cambio, pueden agregar unos grados más a su asombro sabiendo que Dumas poseía una agradable voz y amenizaba los cruceros y hasta las noches pasadas en el club, cantando sus canciones. A su llegada con el “Lehg” el Y.C.R.P. lo declaro socio vitalicio “ad honorem”.

Sabemos ya de su incursión por el campo de la aviación, que pronto abandono para volver a su “Lehg II” y emprender la actual navegación solitaria.
Tal es, pues, el temperamento de Vito Dumas a través de su vida deportiva. posiblemente queden facetas que ignoramos, pero seguramente coincidirán en marcar su continuo afán por cosas nuevas y por realizar empresas que solo un temple a toda prueba y un fisco extraordinario permiten llevar a feliz termino.”
De esta forma damos por finalizado el relato de la segunda etapa del viaje de Vito Dumas por los Cuarenta Bramadores. En la próxima entrega relataremos la etapa Nueva Zelandia / Valparaíso.


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