LLEGA UNA BUENA NOTICIA
(Al cumplirse 15 años de la desaparición física de Don Manuel Maximiliano Campos)

Por: Ing. Roberto R. Alonso

Gracias a la atenta información del Yacht Club Argentino y  la colaboración de  Germán Frers para que  pudiesen acceder desde USA a mi localización; el 22 de junio pasado mi correo electrónico trajo una excelente noticia que quiero compartir con todos los lectores y navegantes de TIMONELES.

Dos diseñadores argentinos han sido seleccionados para incorporarse a la historia universal de “The Enciclopedia of Yacht Designers” que Lucia Knight, Editor lanzará próximamente para el  mercado de habla inglesa; ellos son : Manuel M. Campos y Germán Frers (p).

La búsqueda de mi persona realizada previamente por la editorial americana  a través de su biógrafo Daniel B. Mac Naughton  buscó cubrir con exactitud  una serie de datos  sobre la vida y obra de Manolo, quien fuera durante mas de 22 años mi maestro, amigo, socio, discípulo y también abuelo postizo de mi hijo Martín.

Llega justo en fecha este nuevo  reconocimiento desde mas allá de las fronteras pues el próximo 26 de Agosto se cumplen 15 años de la desaparición física de Don Manolo en el año 1987. Digo desaparición física porque, evidentemente su obra como dibujante está en el recuerdo permanente de los nautas navegantes amantes de los buenos barcos y por lo tanto perdura con aquella remanida frase “Los hombres pasan...sus obras quedan”.

Diseñador de cita permanente por la calidad y personalidad de sus líneas Manuel Campos  recibió en su tiempo la reconocida estima  (en cartas y notas que atesoro) de Philips Rhodes, Francis Herreshoff (El Mago de Bristol), Olin Stephens y  otros ilustres arquitectos navales y navegantes de fama, además de prestigiosas revistas y editores que publicaron sus barcos, tales como Wooden  Boats, Cruising World, Small Ships o Good Boats de USA, y otras muchas páginas de libros y revistas en  Venezuela, España, Francia, Alemania , Argelia, Inglaterra, Canadá , México, Brasil, Uruguay, etc..

No es casualidad este premio por reconocimiento, Manuel Campos dibujó   los planos para la construcción del  “mejor doble proa en la historia de la navegación”, el famoso Lehg II  que condujo  al  podio de los navegantes solitarios, a nuestra “leyenda” Vito Dumas. Aun hoy se siguen recibiendo pedido de copias de estos planos desde los mas remotos lugares del mundo. Realmente no puedo imaginar cuantos barcos gemelos se han construido en el mundo hasta la fecha.

Me asaltan  en este recuerdo un rosario de nombres de  barcos surgidos de la genialidad del tablero de este argentino sobrino nieto del General Luis Maria Campos (mano derecha de Roca), el Coronel Gaspar Campos y primo dilecto del dibujante Molina Campos (el de los inolvidables personajes telúricos plasmados en los codiciados almanaques de Alpargatas). Era de los Campos,  de la rama de los  Almagro; con leches hispanas en la colonia como sonreía al contarlo. Aquellos “que habían descendido de los barcos” como diría Borges, razón sin duda por la que  Manuel M. Campos posteriormente nunca desembarcó de ellos..

Nacido en 1894  en la quinta de los Almagro, próxima a la manzana del actual colegio Lasalle. Porteño entonces hasta la médula y perdidas las glorias familiares, hubo de ser conchabado en sus años juveniles para matar langostas durante la famosa plaga  ayudando así a parar la magra olla familiar. Ingreso a la Marina de Guerra como dibujante en el año  1921, desde allí le entregó al país mas de medio siglo de trabajo para diseñar todo un elenco de embarcaciones de mediano y bajo porte para tareas de balizado, sonda, relevo hidrográfico, adiestramiento marinero en remo y vela. Desde allí como jefe del proyecto dibujó junto  a un equipo de técnicos el “ARA Fortuna” en el año 1947, primer yate embajador itinerante de la Armada que paseó por el mundo durante décadas los colores de nuestra bandera en regatas oceánicas y cruceros memorables (fue el primer yate en llegar a las Islas Malvinas al mando de Atilio “Coco” Porretti cuando se tendían puentes de amistad con la rubia Albión).

Desde “el fondeadero” - como gustaban llamar los amigos a su oficina  de la calle Florida  primero (allí acudía asiduamente a charlar con Campos  Scalabrini Ortiz  quién seguramente lo marcó a fuego en su profundo  amor a la patria) y, luego en el otro estudio de la calle  Bartolomé Mitre 720 (donde recalé siendo un  técnico naval “pichón” de 17 años), o en su último amarradero  de la calle Lavalle 1334 (al lado de la FAY) por donde  surgieron mas de 450 diseños que hoy impiden olvidarlo. Casi todos sus barcos lo sobreviven, como él mismo, todos fueron construidos con buena madera. Era capaz de distinguir entre un urunday o un curupay, enseñarme un flexible hecho con guayaybí blanco o señalarme el refuerzo de un codaste fabricado en anchico colorado.  

Dibujó desde pequeñas yolas para clientes entusiastas y constructores amateurs, hasta imponentes queches o motoveleros para clientes acaudalados. Todos los trabajos los realizó con entusiasmo y creatividad genial. La plata casi no contaba para el  cuando de poner un barco a flote se tratara. Así plasmó sobre el tablero a sus famosos “doble proas” o las adaptables y originales  “balleneras”  del Río de la Plata que, con sus 60 centímetros de calado y orza surcaron el estuario desde el delta entrerriano hasta las costas lejanas del Brasil.

Brotan aquí para este recuerdo sentido  los nombres de: “Santos Vega”, “Antártida”, el famoso e internacionalmente conocido “Gaucho”,  “Sirio” (grande) y “Sirio” (chico) de Dumas,  “Martín Fierro”, “Charrán”, “Gama”,  “los 4,50” , los clase Ushuaia (predecesores de los H20), “Gipsy II”, “Eileen”, “Irupe II”, “Mary Jane”, “Vega” (hoy “Sol”), “Argos”, “Lejos”, “Windward”, “Bagual”, “Pico”, “Antares”, “Juana María”, “Sábalo”, “Farruco”, “Verón”, “Nutria”, “Cascabel”, “Anchoveta”, “Sinbad”, “San Juan”, “El Negrito”, “Santa Inés”, “Huayra”, “Cuando”, “La Edda”, “La Pinta”, “Nutria” (grande), “La Argentina”, “Erzukor”, “Bogavante”, “Polaris”... y sigue un rosario de mas de 450 barcos dibujados hasta casi los entrados  94 años que tuvo la extensa y creativa  vida  de  este argentino de pura cepa .

Estaba orgulloso de tener sus ancestros clavados en las mismas entrañas de la patria , allá por los pagos del Tuyú. Solía referirme al seguir esta línea narrativa en los ratos de descanso realizados para tomar el mate cocido o el té en nuestras tardes de trabajo, sobre aquellas tierras donde se confundían gauchos marineros o marineros gauchos. Hombres que sabían cortar y trenzar  tientos  para hacer los cabos que servían  tanto para amarre de los pailebotes que venían  de Europa a buscar cueros a los saladeros de la pampa húmeda bonaerense, como para  enlazar ganado. Allí pasaron los veranos de su infancia entre los viejos gauchos del antiguo ejército del general Lavalle. Eran  pagos de unitarios.

Allí aprendió a otear el mar y se sintió atraído por aquellos mercantes panzudos que entraban a las rías sin motor con velachos, gavias y largos botalones; comandados por duchos patrones y contramaestres galeses, irlandeses, yugoeslavos o rumanos y  marineros chilotes fogueados en los pasos y canales sureños. Allí soñó sin duda escuchando las historias del mar, de tormentas y de amores perdidos sobre yeguas de las unas...y de las otras. Eran pagos de costas bajas con médanos, cangrejales y pulperías gauchos de a caballo que se embarcaban para conocer mundo y ganar unos pesos trabajando. Hombres que cambiaron los lazos por los cabos, los ponchos por los encerados, los corcoveos de los redomones, por las olas del Atlántico Sur. Fue sin duda difícil soslayar del encanto por los barcos a aquella mente juvenil de Manolito...uno de los nietos del General Luis María, el nieto al que no  se le dio por los caballos, ni por las armas. Le gustaba el dibujo...la Marina le cuadraba y...allá fue, al Ministerio de Marina que funcionaba en su período fundacional en un ala de la casa de gobierno, cuando la Armada tenía mas barcos navegando que escritorios. El apellido seguramente pesó a la hora de conseguir el puesto y cambiar el magro subsidio que recibía para matar langostas por un sueldo estable. Pudo avanzar en los estudios universitarios hasta el 2º año en la carrera de ingeniería civil, después se casó y vinieron los hijos. Le falleció un primer varoncito y luego llego Eloisa que aprendió junto al papá a tirar de las escotas y quién legó en 1988  los archivos de planos de Manolo a la biblioteca del YCA (sic) (según me expresara oportunamente cuando los retiró del estudio, y dato que no he podido confirmar oficialmente). Archivo invalorable (no por su valor pecuniario) con el que yo soñaba realizar una “Perspectiva Histórica del Diseño Naval en el Rio de la Plata” sino  por aquello de...”no perder las raíces”. Los pueblos que no saben leer del pasado normalmente no tienen futuro.

Se llamaba “dibujante” con orgullo, era un honor muy simple al saberse autodidacta. Le sobraban lauros - pasados los cincuenta - para aplastar con argumentos técnicos y experiencia de navegante a cualquiera.  Los exponía sin embargo  con  paciencia y con la  modestia del sabio. La pasión por su trabajo le impidió (como dirían hoy los pibes) hacer guita. Las cadenas de plástico de sus obligaciones familiares le impidieron proyectarse al mundo a pesar de haber recibido permanentes ofertas para trabajar en el extranjero, tal vez sus orígenes modestos y difíciles colaboraban a ello.

Fue estudiante hasta el segundo año de ingeniería civil en la Universidad de Buenos Aires, tuvo que dejar los estudios para ayudar a “parar la olla” durante otra  de las tantas y antiguas crisis sistémicas que jalonaron la historia económica de nuestra República.  Se estudiaba civil entonces (como lo hizo Don Germán) porque era lo mas indicado para ser ingeniero, naval no existía todavía en los planes universitarios. Todo lo demás en sus conocimientos  le llegó como autodidacta. Leía y escribía en inglés, francés y portugués. Libros y mas libros, revistas y notas  cargaron la mochila de su ciencia náutica en una época donde no existían títulos académicos.

Un año antes de su muerte elevé un pedido de reconocimiento a mis colegas del Consejo Profesional de Ingeniería Naval para solicitar que la U.B.A. lo nominara “Ingeniero Naval Honoris Causa” (le hubiese encantado). Como no era político ni tuvo la fortuna de vestir chaqueta con botones dorados, mi propuesta no prosperó. También elevé entonces un pedido al Municipio de Vicente Lopez - adonde vivió casi toda su vida - para que fuera designado “vecino ilustre” y se honrara con su nombre alguna calle de ese partido. Como no era radical ni peronista y todavía no era un difunto, el pedido tampoco prosperó. En Argentina reconocer en vida a alguien  es pecado. Parecería ser que la línea de razonamiento público pasa por...”no vaya a ser que se le  haga crecer la fama, se haga rico y se nos haga contra”.

Por aquellos meses sentí vergüenza ajena. Yo sabía que estaba muriendo “un grande” y el único reconocimiento que podía hacerse sin costo alguno, pero con un  profundo sentido emocional para un hombre olvidado y  en el ocaso de sus días, bien  podría llegarle a través de una simple nota  con un sello de goma  ( importante arma  que los burócratas utilizan para rematar con un SI o con un NO y  según sea el perfil  o  la influencia sopesada de la víctima antes del fallo ). Era un simple remedio de papel para  reconfortarle el corazón enfermo a uno de los argentinos mas rectos que conocí. El hombre que decía y honraba aquello de “La palabra es ley”,  en medio de una sociedad descompuesta donde la lealtad y la amistad ya  era un ancla que garreaba.

Una tarde de su último invierno que estaba  visitándolo en su casa en Olivos me dijo con tristeza señalando la ventana:

-Mira  pichón, se fue Germán (por Frers) y a mi...no va a tardar mucho en venir a buscarme la barca...

Don Germán  había sido su permanente contrincante en el diseño, se discutía en el río si una ballenera de Frers era mas rápida que una de Campos. Cuando Manolo apuró con los doble proas oceánicos, Germán le ponía otro pura sangre en la línea de largada. Admiración y respeto era la regla de oro de aquellos pioneros. 

Pero los argentinos cometemos el reiterado error de enterrar la historia, tal vez sea por celos...envidia...mediocridad...discriminación...clasismo o estupidez. Así nos fue. Prefiero dejar esta perspectiva a la profesionalidad del licenciado Marcelo Peluffo quién me deleita con sus notas psicoanalíticas en estas mismas páginas de TIMONÉELES.

Este criterio de procedimiento torpe, felizmente no lo siguen los países que saben mirar en perspectiva y  rescatar lo positivo  que haya que valorar, cualquiera sea el credo, color, raza y nacionalidad de quien lo merezca. Y  los incluyen entonces en esta Enciclopedia del Diseño Naval  porque  junto con Don Germán  echaron las bases de un  dibujo naval nacional auténtico a fuerza de mucho trabajo prueba y error, pero con criterio racional y belleza en proporciones dignas de admirar. Lo hicieron en una época sin contar con un canal de experiencia hidrodinámico y ni siquiera una  carrera de la especialidad en las universidades adonde poder abrevar conocimientos. Realmente en aquella Argentina había mucho menos de lo que hay hoy y sin embargo comenzaron con garra y desde el llano, sin bajar los brazos ni  recular ante un desafío. Bonito ejemplo de argentinidad para levantarnos la autoestima “today”. (en inglés ex profeso).

Era plasmar el secreto de las “divinas proporciones” de Miguel Ángel trasladándolas a las líneas de los  barcos dibujados. Así le gustaba  explicarme a Manolo sin pretensión de maestro - pero para gravar a fuego - cuando trabajábamos juntos sobre algún diseño. 

Y entonces hoy, a tres lustros de la zarpada para la última singladura los editores norteamericanos (a pocas cuadras del FMI) - sabedores que hay un público al que le gusta paladear lo bueno - lo incluye en la galería de los mas ilustres nombres de la arquitectura naval universal. ¡ BINGO MANOLO... LO MERECÉS !

Y por casa como andamos?...