El tiempo pasa y nos vamos poniendo....

Por:  Enrique Rodríguez Castelli

1) Durante las típicas vacaciones en Pinamar hace quince días, mi mujer (a quien llamaremos a los efectos de éste relato María Elena) me preguntó: “Qué te parece si al volver nos hacemos un cruce a Riachuelo con los chicos?”

Su pregunta me descolocó. Mi abuelo y mi tío abuelo navegaban. Desde entonces (o desde antes?) la navegación es parte de la vida familiar, una actividad que se transmite de generación a generación.  Una patología  cuyo síntoma se patentiza de la siguiente forma, según diagnosticara mi mamá: Solo basta con observar una comida  entre los enfermos que, haciendo uso de una teatralización milenaria, ven en la mesa una  cancha de regata, pretendiendo que los pliegues del mantel son olas y la vajilla boyas. Estos comensales con máscara de regatistas y haciendo uso de las palmas de las manos (respetando la debida amura y escora), discuten enfáticamente si había  “lado interno” (según el viejo libreto) y últimamente  si  “sobreposición”, ante la atónita mirada de extraños, testigos de una mímica inescrutable y los  reiterados pedidos maternos de  aplicación del RIPA, temerosa de perder su cristalería.

El primer cruce del charco con mis hijos significaba hacerles realidad, el catalogo de cuentos que cada noche les he narrado antes de dormirse. Tal vez a ellos no les gustara, tal vez hubiera divagado demasiado en mis relatos; Tal vez hubiera sido demasiado “light” evitando el relato de los Pamperos que, como todos sabemos, siempre están a la vuelta de la esquina. Tal vez viendo a mis hijos en el medio del río, viejos y hermosos recuerdos tuvieran la osadía de aparecerse; fantasmas de un pasado insistiendo en recobrar su vigencia perdida. Qué se yo, el tema me tenía ansioso y no oculto que el cambio de rol, de filial a paterno, que me tocaría protagonizar a bordo, se me aparecía como un simbolismo algo pesado de sobrellevar. Mierda.

Obligado por la circunstancia, con la espada apuntándome al corazón y  como un acto instintivo de legítima defensa retruqué: “Colonia sería mejor para el primer cruce de los chicos”. Riachuelo era demasiado cercano a mis afectos.

2) Allá fui a presentar el rol y luego de pernoctar en la amarra, zarpamos hacia el Pilote 7 con un Sudeste suave y de poca ola que de a poco se fue prestando, haciendo muy placentera la navegación. Desde Nuñez el paso del Mitre daba de borde y con la bajante la idea sería derivar. Pese al convite de la naturaleza, opte por la mayor completa y el G3 por si las moscas. Las moscas: Qué sería de un cruce estival sin ellas? Con ese calor y presumiéndose que calmaría al medio día, los bichos, no tardarían en aterrizar. Siempre me pregunté cómo cuernos aparecen en el medio del río...

Es del caso presentar a mi prole: El varón de seis años, a quien sólo a los efectos del relato daremos en llamar Lucas, estuvo despierto desde la zarpada a las 9.00 con el “salva” puesto, protección 50  y atento a la maniobra.

La nena de cuatro, a quien para preservarla en su intimidad y por recomendación de mi abogado, identificaremos con el nombre de  Marina, seguía durmiendo en la cucheta de proa, mientras yo alistaba el izado de la genoa, amortiguando el cabeceo leve y acompasado de la proa. María Elena al timón.

Vuelto al cockpit, genoa arriba y el momento más ansiado por todo navegante: Apagar el motor.

Como María Elena acaba de terminar el curso de timonel, le ofrecí enseguida que se encargara de la navegación, con el resultado predecible (Han leído el libro “Por qué los hombres no escuchan y las Mujeres no saben leer los mapas”); Siempre le reconoceré –sin embargo- su esfuerzo en compartir conmigo el barco y su empuje para que los chicos también lo aprendan a disfrutarlo. Siempre le reconoceré un montón de cosas que por pudor no me animo a confesar; Siempre le reconoceré un montón de cosas que –vaya uno a saber por qué- los hombres no nos animamos a decir...

3) Día soleado, viento ideal para un barco liviano, era para disfrutar aunque con reparos, ya que tanto el barómetro como  la experiencia,  me convencían de que el mediodía sería bravo. Mientras con socarrona ternura escuchaba en los labios de mi fémina los más variados rumbos a seguir, podía disfrutar de una buena velocidad en la nave. Con los 9 nuditos de “true” andaba suficientemente rápido, lo que permitía predecir un ETA, más que aceptable para el primer cruce familiar del “charco”. Hasta ahora, todo iba bien.

Lucas, que estaba adentro, apareció por la escotilla con un “Papi, no me siento bien”. Ahí me aparecieron los fantasmas que tanto temía: Yo también  hice mi primer cruce a su edad; yo también sentí esa sensación; Por qué se parece tanto a mi? Cuando vuelva a BUE, le tengo que pedir a mi mamá que me preste las fotos de mi primer cruce a La Barra.

“Vení piojito, sentate al lado mío y mirá para el horizonte”, le respondí para poder abrazarlo como deseaba. Igual que yo me sentaba con mi viejo hace más tiempo del que uno quisiera, para revivirlo mejor. Ahí estabamos el y yo; pierna con pierna, sentados en la brazola, mientras –para ocultar varonilmente mi emoción- le hablaba de la mejor técnica para timonear: “Ves, cuando sentís que viene la ola y la proa sube, derivás un poquito para que el barco no se caiga del agua; una vez que pasó, volvés a orzarlo para seguir el rumbo”. Esas mismas palabras que escuché de mi padre, que escuchó de su abuelo. “Entendiste Lucky?”-le pregunté esperanzado. Por su respuesta: “Papi, ese es un carguero o una chata arenera?”- concluí que seis años es un poco rápido para que “aprehenda” el antiquísimo arte de la navegación a vela. No faltará oportunidad .

4) El viento aprieta un poquito y bajo el traveller para  no romper la armonía; Bah, para no romper y punto!

La mayor está tocando en el gratil, pero la velocidad sigue siendo muy buena. “María Elena” –ataco a mi jermu- “te filo la mayor así podes cazar el pujamen?” le pedí cercándole negativa alguna.  Con un poquito de burda y ajustado el popel achaté la mayor para disminuir la escora.  Lucas –en medio de la maniobra- me premia con un “Papi, ya me siento mejor. Mirá, se levantó la Reina!”. En efecto, en  la escalera de la escotilla aparecen dos faros azules rezongando por la agresión solar. Padre al fin, caigo en el típico lugar común “Marina, qué horas de levantarse!”.

Mientras ubico a Maria Elena en la carta, le confieso con temor a una represalia gastronómica que–pese a su diagnóstico- ya hemos pasado la Unen B; Que el GPS no miente y que su yerro en la ubicación se debe a que, a las cartas náuticas, como a los libros y pese a toda recomendación sarmientina, hay que escribirlos, subrayarlos, usarlos!

La contraofensiva marital  no podía tardar en llegar y fingiendo ingenuidad María Elena me pregunta: “Estamos más cerca de los barcos de proa, no?”. “Sí, por? –le contesté simulando desconocer sus segundas intenciones. “Me alegro, porque seguro que les estás corriendo” –me asestó. En efecto, derivando en las rachas y orzando en las calmas, de a poquito estaba logrando cumplir mi autoimpuesto propósito de pasarlos antes del canal uruguayo; un defecto profesional de todo aquel que disfruta correr regatas.

Sin embargo, Eolo me obligaba a orzar un poquito más para mantener la velocidad; De a poco se venía lo peor: No sólo calmaba, sino que franqueaba cuando nos encontrábamos “travé farayón” diría el “speaker de un ferry”.

Fue entonces cuando recibí la peor de las noticias: A proa, mi archienemigo declarado, se aprestaba a izar el Spi. Tomé su actitud como un insulto: Esta regata era de la Clase S y estaba prohibido izar el “parachutte”!

Por un momento pensé en repeler la agresión y armar la maniobra del globo: Con mi nuevo 0,50 le asestaría el golpe de gracia ese ladrón. Fue entonces cuando me di cuenta que, el primer cruce familiar había sido un éxito; Que la emocionante empatía de verme reflejado en mis hijos, en mis padres, en mis abuelos, era mejor premio que una Cinta Azul. Así estaba de contento cuando pude ver que al fulano, el globo se le inflaba y que, gracias a eso, podía hacer el rumbo adecuado para entrar en San Gabriel; una utopía para la configuración de mi yate, con el spi guardado debajo de una conejera.

Hay cosas que uno no puede –ni debe- aceptar. De a poco me fui convenciendo y en efecto, aquél tramposo se lo merecía. Acaso no fue él el que cambió las reglas de la regata? Eso era impropio de un yachtman y no podía quedar impune. Hasta pensé en retarlo a duelo exigiéndole una satisfacción.

Convencido de que la justicia divina me asistía, frente al inconsulto cambio de reglas de mi contrincante, con un simple movimiento, justicieramente di en llamar a “los burros de la sentina” que, sin oposición, pusieron la nave a generosos 6,20 knots. Algo que ese desgraciado jamás lograría con su tramposo spi, frente a los escasos 5 de “true” que denunciaba el anemómetro. Reivindicando mi honor, entré a Colonia con la merecida anticipación, debiendo tomar una de las últimas boyas disponibles, anunciando a la tripulación que contaran con una cena en la Pulpería de “Los Faroles”. Había ganando la regata crucero más emocionante que he corrido, aunque no tuviera el valor de confesárselo a mis hijos. Tal vez nunca lo haga. Qué mejor que ellos lo entiendan cuando mis nietos hagan su primer cruce?

Enero, 2004