Mis tres cruces del Río de la Plata a bordo de un velero.

1er. Viaje: Fin del curso de Timonel

En Noviembre de 1995 y como parte del programa del curso que da el Club Náutico Buchardo, se efectúa una regata a la vecina cuidad de Colonia, Uruguay.  En la repartija de timoneles me tocó ir con uno de los profesores que tuve, llamado Pablo, una especie de Vikingo, pues es Nórdico, rubio, con el pelo largo , bigotes, y un experto navegante.

El día anterior hice el trámite en prefectura para dar aviso de mi embarque para salir del país.

Como se iba a desarrollar el cruce en regata, el capitán (Pablo) me invitó la noche anterior a limpiar el fondo de su velero ( un 24 pies). Fue así que por primera vez intervine en la limpieza de la superficie externa de un velero, con agua y una esponja con lavandina, y una pequeña lija de grano muy fino, el trabajo consiste en sacar todo el verdín que se pega y que reduce la velocidad del barco, ya que por menos que sea, en un trayecto de 50 km. todo cuenta.

A la mañana siguiente zarpamos bien temprano desde el puerto de San Isidro hasta la boya cercana al puerto, lugar donde entre esa boya y una lancha del club se formó una línea imaginaria que es la línea de largada.

Luego de dar vueltas con el barco por el área cercana a dicha línea, y tratando de no chocarnos con los otros barcos, esperamos el aviso de partida. Los minutos que anteceden a una largada son de suma tensión, porque hay que calcular estar en una posición lo más cercana a la línea de largada, a la máxima velocidad y con lugar suficiente para atravesarla sin  ser encerrado por otro barco, para lo cual hay que conocer el reglamento y calcular muy bien la trayectoria del barco, el viento, la velocidad, el tiempo restante en minutos y a ultimo momento en segundos como para hacer una buena partida. Y tener especial cuidado en los que se toman muy en serio esto y te ponen el barco de tal manera que de aprietan contra la boya o la lancha para que no los pases.

Luego de una buena largada, creo que terceros de 12 barcos, avanzamos por el Río hacia la boya que marca el cruce libre de obstáculos del Canal Mitre (por donde circulan los grandes barcos rumbo al Paraná o desde el), situada frente al Aeroparque pero unos 4 Km río adentro. Pasar por otro lado puede significar un peligroso choque con el fondo del barco contra la tierra tirada a los costados del canal cuando lo hicieron o  cuando lo limpian, todo depende de la altura de la marea en ese momento.

Ya cruzado el canal, nos dirigimos a la primera marca, que es una boya que está como a 7 km del Aeroparque y que pertenece a una dupla de boyas ( “A” y “B”) que marcan el camino para cruzar el canal viniendo de río adentro.

Desde esa posición se toma rumbo 90 grados del compás (brújula marina), es decir rumbo Este exacto. El tiempo era bueno, con sol, con viento moderado, y siempre tratando de vigilar la posición de las velas y la posición del resto de los veleros. Durante el trayecto se ven varias boyas con un par de pelotas negras arriba de ellas, y las mismas indican barcos hundidos, de los que no se ve nada, pero están ahí cerca de la superficie, lo suficientemente peligrosos como para hacerte hundir si le das con el fondo a alguna torreta, luego de 3 horas estábamos a medio camino, si miraba para atrás se divisaban todavía los edificios de Buenos Aires, y al frente se divisaba el Faro de la isla Farallón, como un palito clavado en medio del río,  está como a 8 km de Colonia, y ahí hay que tener cuidado porque se entra a la zona de la costa Uruguaya donde hay formaciones rocosas en el fondo del cual algunas emergen casi al ras de la superficie, por lo que hay que conocer perfectamente por donde se puede navegar sin chocar. Para ello hay que estudiar la carta náutica de la zona que se va a navegar y conocer en que posición se encuentra el barco para decidir por donde se pasa. En esta tarea ayuda muchísimo el GPS (navegador satelital, que indica exactamente la posición del navegador respecto a la tierra). Claro que con el vikingo yo solo corroboraba datos pues el conoce de memoria el trayecto.

Luego que pasamos la última isla nos espera una boya verde, la Nº 3, se la pasa por se estribor y se dobla a la izquierda para poder transponer el muelle y entrar al puerto deportivo de Colonia

Llegamos creo que cuartos. Luego de presentarnos en la Prefectura Uruguaya salimos a pasear por la ciudad y a la noche cenamos en un club un asado reparador. La noche la pasamos en cada barco durmiendo en las cuchetas, y a la mañana siguiente zarpamos rumbo a San Isidro, esta vez no era en regata.

El viento fue apaciguándose y terminó en una leve brisa, con buen día, y bien asoleados avanzábamos a 2 nudos por el río, subimos la vela Spinaker (la que es un globo de colores delante del barco) y tardamos 10 horas en hacer el cruce. Cuando nos acercamos a las costas de Núñez empezó a soplan más fuerte y se estableció un buen viento que nos hacía navegar bastante escorados.

Ya enfrentando la entrada al puerto de San Isidro bajamos el Spinaker y entramos con la mayor, porque el vikingo no pone el motor ni por casualidad, dice que un velero solo utiliza el motor en situaciones de emergencia, ¿fanático no?.

La navegación había resultado tranquila y me dio ánimo para realizar dicha travesía algún día con mi propio barco ( cuando lo tuviera ), pues al fin y al cabo era como navegar por la costa, al menos eso creía en esa época, el tiempo me enseñaría que no es así.

2do. Viaje :  Mi primer cruce con mi barco.

Un par de años más tarde, ya tenía yo un velero propio, un H 20, veinte pies de blanco plástico, 6 metros de punta a punta.

Se correría la regata interna del club a Colonia, como todos los años, en noviembre. Primavera, el sol a pleno, que mejor tiempo para salir a navegar en un cruce del río. Lo invité a un compañero de oficina que era navegante con más experiencia que yo, y me largué a correrla, nosotros dos solos.

Fuimos avanzando por el río desde San Isidro con rumbo al Aeroparque, pero ya a la altura de Olivos vimos que por el sur se acercaban unas nubes grises. Cruzamos el canal frente a Aeroparque y enfilamos a Colonia, el viento empezaba a subir, aunque como venía de atrás no molestaba y no teníamos oleaje. A los pocos minutos nos pasó un velero de la puta madre, con varios tripulantes y varias tripulantas.  Era un barco de un tipo que conocía a la gente de mi club, nos pasó cerca y nos saludó, pero el que estaba al mando del timón nos dijo algo así como “me parece que se van a mojar, achiquen vela”.  Nos dimos vuelta y se veía a la altura de Quilmes una nube gris que estaba avanzando hacia nosotros, mi compañero dijo, “me parece que hay que bajar la Genoa (vela delantera grande) y pongamos un tormentín, y acto seguido hicimos el cambio con urgencia, también preparamos la maniobra de achicar la vela Mayor (la que va en el medio del velero ), la bajamos todo lo que pudimos, la dejamos en “segunda mano de rizos”  lo que representa un 50% menos de superficie. Nos pusimos el equipo de agua (pantalón y campera como los que usan los motoqueros en los días de lluvia) y seguimos vigilando cada medio minuto a nuestras espaldas, pues mi compañero me dijo, ojo que puede ser un Pampero, en ese caso bajamos todo. Yo era un poco inconsciente a lo que es un Pampero, por lo que no me puse muy nervioso, y  luego de unos minutos vimos como la tormenta nos pasaba por el lado del sur sin tocarnos, por lo que subimos otra vez toda la vela y pusimos nuevamente la Genoa, todo esto nos retrasó en la regata, ya estábamos disputando los últimos lugares. Ya en el medio del río divisamos un barco muy atrás nuestro que se acercaba a bastante velocidad, nos daría alcance muy pronto, pero a medida que se acercaba nos dimos cuenta que era bastante grande y que no era parte de la regata. Cuando estuvo a nuestro costado a estribor, divisamos un hermoso velero, con tres velas de color café con leche, que nos pasaba como parados. Mi compañero me preguntó si sabía que barco era, y le dije que no lo conocía, el me respondió es el Fortuna II, (un clásico, barco de la Marina, que interviene siempre en regatas internacionales). Luego de varias horas arribamos a Colonia, un poco tarde, y no había lugar para atracar el barco en el muelle, pero un socio de mi club me hizo lugar y lo metí con vaselina entre el de el y uno que estaba a su estribor (derecha) que era bastante más grande que el mío. Puse las defensas en cada banda y nos fuimos a cenar, otro asado como era costumbre del club, luego de la regata. Cuando regresamos al barco luego de cenar nos encontramos con que había bastante viento y que el movimiento de mi barco había hecho enganchar los postes de la baranda de mi barco con la madera que rodeaba al barco a mi estribor a modo de paragolpes y le había arrancado un tramo de un metro. El dueño de ese barco nos recriminó que nos hubiésemos puesto al lado del suyo, pues según el no se puede poner dos barcos de distinto tamaño uno al lado del otro, pues sino ocurren esos accidentes. Le ofrecimos pagar los daños, y poner defensas más grandes. Con las fundas de tela de las velas improvisamos tres defensas grandes como esos bolsones  inmensos que  llevan los marineros, y así se resolvió el tema. Esto fue una buena enseñanza.

Durante la noche yo estaba acostado en mi cucheta y el viento, la lluvia y el oleaje me despertaron, me quedé pensando que pasaría a la mañana, y rogaba que se mejorara el clima. A eso de las 8 nos despertamos con mi compañero y fuimos a asearnos a las instalaciones del puerto y a dar la partida en la prefectura Uruguaya. Ya no llovía y había algo de sol, yo le pregunté a mi compañero que le parecía la situación, si el consideraba que podíamos hacer un cruce seguro, y me respondió que sí, que había averiguado el pronóstico meteorológico y que había una sudestada, por lo que el  viento y el oleaje los teníamos a nuestro favor y nos llevarían a Buenos Aires. 

Yo estaba un poco preocupado, pero confiaba en su experiencia, nos preparamos y pusimos velas chicas para aguantar el viento, Tormentín adelante y Mayor con dos manos de rizos detrás,  prendimos el motor y salimos del puerto, cuando dimos vuelta al muelle y nos encontramos con el río sin ninguna defensa natural, el oleaje era bastante grande, y el viento nos dificultó las maniobras, pero nos dimos maña y enfrentamos la vuelta con una sudestada que nos daba en diagonal por detrás. El iba al timón, pues era muy complicado dirigir el barco y yo no tenía experiencia en esas lides, el motor lo dejé encendido a pedido de mi compañero, regulando, pues me explicó que era necesario por si se nos rompía el timón (la fuerza del agua golpeando contra el timón se hacía sentir sobre la caña del mismo la que se trasmitía a su brazo), para  poder manejarlo con el motor, ya que cada ola forzaba al barco a ponerse de costado y entre el viento y la ola siguiente nos podía hacer  acostar en el río, o dar una vuelta y dejarnos con el fondo para arriba, o dar todo una vuelta de campana, con las consecuencias de caernos al agua, y en esas condiciones del río, no tendríamos posibilidad de salvarnos. Luego de tres horas le hice el relevo y comencé a timonear yo. El día era soleado, pero con fuerte viento y oleaje, y en el medio del río es mayor, yo miraba para atrás permanentemente por el costado del ojo cuidando de estar preparado para manejar el timón con cada ola que me pegaba por detrás del barco, ya que el oleaje era más rápido que nosotros y nos pasaba a bastante velocidad. Calculo que soportamos una ola cada 10 segundos, es decir 6 olas por minuto, 360 por cada hora, el viaje duró casi  seis horas por lo que fueron unas 2160 olas que trataron de ponernos de costado, de las cuales la mitad las piloteé yo. Eso me dio bastante experiencia en la navegación y si bien al principio estaba medio preocupado, después  le tomé confianza y me sentía un Vito Dumas. Nada más alejado a la realidad, el tiempo me reservaba una tormenta peor en un futuro cruce.

Por la tarde llegamos al puerto de San Isidro, y luego de amarrar y pedir la lancha para que nos lleve al club, nos fuimos al bar del mismo, entré  como si fuera un navegante experimentado, luego de lo acaecido ya me sentía un auténtico marinero.

3er. Viaje: Regata a Colonia de fin de curso de timonel de mi hijo

Al igual que el viaje anterior salimos en regata, la última del año, y ese año Alejandro había hecho el curso de Timonel, faltaba dar solo el examen, y salimos con mi barco y 2 chicos más que también estaban terminando el curso.

Era un sábado de Noviembre, asoleado, los cuatro fuimos avanzando dentro de la flota, pero a poco de cruzar el canal nos quedamos sin viento, a paso de hombre fuimos acercándonos a las boyas A y B , por momentos nos quedábamos quietos por falta de viento, y la correntada nos alejaba de a ratos, algunos barcos siguieron derecho para Colonia, habían abandonado la regata por falta de viento y querían llegar antes, nosotros con espíritu deportivo seguimos padeciendo hasta superar las dos boyas y enfilar para Colonia, hubo un poco de brisa y fuimos adelantando aunque despacio, el caso que si bien habíamos zarpado a las 8 de San Isidro, eran como las 14 y todavía estábamos en el medio del río, y a mitad de camino, yo hice un calculo, nos faltaban 25 km.  y unas 5 horas de luz, y no tenía sentido seguir luchando en una regata que ya nos estaba cansando y aburriendo, por lo que les consulté al resto de la tripulación y decidimos abandonar la regata y prender el motor fuera de borda, y de esa manera avanzamos a un promedio de 4 nudos, fuimos atravesando los lugares que yo ya conocía, pues era la tercera vez que cruzaba, los barcos hundidos, las islas, las rocas traicioneras semihundidas, divisar el puerto de Colonia, ponerse crema para el sol, comimos y bebimos, ya cerca de Colonia se atraviesa el canal Martín García, y antes de hacerlo diviso un gran barco carguero, voy midiendo el ángulo entre mi proa y esa bestia, no cambiaba por lo que de seguir era una colisión segura y demás está decir quien llevaría las de perder, por lo que unos 200 metros antes cambié el rumbo, reduje la velocidad y esperamos que pase a prudente distancia, luego seguimos y llegamos al puerto, como siempre un paseo por la ciudad, y a la noche el tradicional asado. El día había sido muy bueno, excepto por el escaso viento, todo era de 10. Luego de cenar nos fuimos a dormir, en mi H20 hay cuatro cuchetas por lo que nos acomodamos y dormimos. Pero a la madrugada me despierta un movimiento muy característico del barco, y además llovía. Esto me puso muy inquieto, no podía ser que otra vez luego de un sábado con sol y tranquilo amanezca el Domingo con una Sudestada. Pero lamentablemente fue así, ya de día nos levantamos y fuimos a la Prefectura a hace los trámites para zarpar, en esa oficina había un pizarrón con el pronóstico del tiempo. Lamentablemente se esperaba un día con una fuerte sudestada, los otros capitanes de banco estaban intercambiando ideas sobre el tema y si era posible zarpar, o que podían encontrarse. Yo decidí ir al puerto y ahí tomaría mi decisión. Cuando llegué al lado de mi barco hice preparar a todos, mientras miraba río adentro y en el horizonte se notaba en lugar de una línea recta  un serrucho. Esa debía ser la señal de que no debía largarme a cruzar, pero ignorante de lo que me esperaba, confiado en que ya había navegado en una sudestada, y viendo que todos se aprestaban a zarpar, me decidí y di la orden de preparar el barco para un día de navegación con fuerte viento y lluvia, pues estaba todo nublado. Salimos del puerto con alguna dificultad, yo trataba de ordenar las maniobras para que los chicos me ayudaran, lo hicieron lo mejor que pudieron pero eso me bastó, el caso es que con fuerte oleaje, más del que yo esperaba nos alejamos un kilómetro , las olas nos daban casi de costado, pero debía ir un poco con rumbo sur para sortear las islas. Antes de virar para el Oeste, hacia Buenos Aires pensé en regresar, pero las olas se hacían cada vez más grandes y dificultarían mucho el retorno, por lo que confié en la experiencia de la vez anterior y seguí, yo les iba hablando a los muchachos, un poco para tranquilizarlos y otro poco para entretenerme yo, fuimos preparando todo para un viaje complicado, con las camperas y gorros que nos tapaban del viento y la llovizna, a poco el viento fue empeorando,  Alejandro vio que el palo del barco se curvaba mucho, yo estaba también viendo como el tormentín que tenía adelante tiraba tanto que  curvaba al palo en forma peligrosa, mientras yo trataba de calcular cual sería el límite, pues esa vela  “tormentín”  de adelante me ayudaba mucho en mantener el barco con rumbo a Buenos Aires y ayudaba a que el barco no se ponga de costado,  pero Alejandro me dijo, papá saquemos la vela porque sino se va a romper el palo, y sin palo no hay velas, por lo que acepté la sugerencia y solicité un voluntario para ir a la proa del barco a bajar la vela. Era una maniobra peligrosa, pues el barco se movía para arriba y abajo con cada ola, y estaba todo mojado por la lluvia, el caso que uno de los chicos se animó y fue sentado hasta la proa, pararse hubiera significado caerse al agua y no podría ser rescatado con el estado que estaba el río. Ya bajada la vela y el alumno en el copkit, seguimos solo con la vela mayo con dos manos de rizos y como en los cruces anteriores el motor encendido regulando. Un pensamiento me invadió mi cabeza mojada, fue una pregunta que me vino de repente, como si alguien extraño estuviera en mi interior y me dijera; ¿ quien carajo me mandó meterme en esto? ¿ porqué no me quedé en el puerto y tomé el Ferry como lo hicieron  algunos?, ¿porqué carajo la prefectura me dejó zarpar?, ¿ es que son tan inconscientes que dejan que un velerito de plástico y 6 metros de largo se largue a cruzar en semejantes condiciones? Pero no tuve respuestas para todo ello, solo una sensación de arrepentimiento por la tarea acometida.  Por momentos la lluvia cayo en forma torrencial, era tan intenso que no se veía a mas de 200 metros, y las olas que se nos acercaban por detrás era más altas que mi cabeza, claro que cuando alcanzaban al barco este subía su cola y veía la proa del barco allá abajo, luego lo pasaban y luego subían la proa y ahora era yo el que estaba por debajo y la proa allí arriba,  luego se iba por el frente, pero una vez finalizada esa cabriola, llegaba la ola siguiente y así una tras de otra; yo sentía la fuerza del agua en la caña del timón, con cada ola debía corregir la dirección del barco pues me lo ponía un poco de costado y si no lo corregía en un par de segundos la ola siguiente nos pasaría por arriba. Con el GPS controlaba también la velocidad del barco, en promedio unos 7 a 8 nudos ( 15 km. por hora), pero cuando llegaba una ola nos empujaba y hacía que anduviéramos más ligero por unos dos o tres segundos, algunas olas nos empujaban muy rápido y el GPS indicaba que nos hacían ir a 12 nudos o más hubo unas cuantas que nos hicieron ir a 16 nudos  (casi 30 km por hora) es decir que nos duplicaban la velocidad. No se veía ya Colonia ni se veía Buenos Aires, era todo gris alrededor, no teníamos ninguna referencia hacia donde ir, varias veces divisamos muy cerca nuestro un barco que luchaba con el río embravecido, cada uno con su técnica. Algunos tenían solo el tormentín adelante, otros como yo, tenían solo la mayo con dos manos de rizos, y si fuera posible con 3, pues cuanto más chica mejor, yo controlaba permanentemente el rumbo con mi brújula, debía ir a 270 grados, y de vez en cuando con el GPS para corroborar la situación y el rumbo a seguir, pues yo tengo cargado en el GPS los puntos importantes del recorrido. Ya pasado la mitad del viaje consulté si alguien quería intentar navegarlo, pero todos me dijeron que no, ellos tenían confianza en mí, pero yo no estaba tan seguro que todo saliera bien,  me estaba arrepintiendo de haber traído a Alejandro, y me juré que nunca más iba a intentar un cruce con un temporal, y menos siendo yo solo el que pudiera navegarlo. Mojado hasta las pelotas, y nunca tan bien empleado ese término, llegamos hasta las inmediaciones del canal de Buenos Aires, yo estaba midiendo con mi GPS cual era el lugar de paso seguro, pero vi que  otros veleros que  habían llegado a donde estábamos se dirigían derecho a San Isidro, pasando más al Norte del paso, y ahí me di cuenta el porque, la sudestada había empujado el agua contra nuestras costas y habría al menos 1,5 a 2 metros por encima de la normal y con eso nos asegurábamos pasar por sobre el refulado (tierra que se tira a un costado del canal cuando lo construyen o mantienen) con total seguridad. Una vez cruzado el canal el oleaje disminuyó, pues el canal y el refulado hacer las veces de rompeolas y las disminuye. Ese trayecto de la  navegación fue muy divertido pues barrenaba cada ola como si fuera un surfista, y ya me sentía seguro, ya estábamos cerca y lo peor había pasado, aunque por momentos la lluvia escondía la costa en un telón gris, ya conocía de memoria ese trayecto. Alejandro se fue a la cucheta a acostarse previo cambiarse de ropa pues estaba todo mojado y luego a dormir un poco.

Ya llegando al puerto pensé la maniobra para ingresar sin dificultades, y decidí que pasaría cerca del muelle y en cuanto lo pasara viraría para adentro, cosa de estar lo menos posible expuesto a las olas de costado, no era cuestión de tumbar el barco en la entrada del puerto después de haber hecho todo el cruce con éxito, y así resultó, ya en el canal interno del puerto bajamos la vela y avanzamos solo a motor. Cuando llegamos al club esperaba una recepción especial, no era para menos habíamos luchado con el Río color de León y habíamos vencido, pero no pasó nada, todo el mundo se estaba secando y cambiando de ropa, solo me agradecieron los dos alumnos que traje el haberlos  traído sanos y salvos. Pero ¿será posible que nadie se haya percatado de lo que acabábamos de realizar?, ¡que insensibles de mierda !  El caso es que subimos con Alejandro al coche y nos fuimos a casa.

Entramos al garage y dejamos los bolsos mojados, estábamos cansados y yo me senté en una silla en la cocina, Cristina me saludó, me dio un beso y me dijo “se mojaron”. Yo me indigné, no podía ser posible, ni mi mujer  valoraba la tremenda hazaña realizada. Yo me sentía ahora si Vito Dumas, yo me había probado que podía vencer al bravío temporal, que había desafiado mi natural miedo a las dificultades, habíamos cruzado el río en semejante situación, y mi mujer solo se preocupaba en ver si estaba mojado, ni una mísera palabra de admiración, que me hubiera mejorado la autoestima, me hubiera hecho sentir un héroe, pero no hay caso es como en el trabajo, vos te rompes el culo esforzándote y cuando terminas nadie te reconoce lo realizado.

Eso sí me prometí no intentarlo más, la próxima vez dejo el barco donde esté y me tomo el Ferry a casa y el fin de semana siguiente si hay buen tiempo lo voy a buscar.

                                               José Luis