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La guapeada de Los Pozos
(1826)

Güenos Ayres, 20 de junio de 1826
Año 17 de la Libertad.
Querido hijo:
¡Lástima que haigas tenido que dirte pal Pergamino! De no, hubieras visto algo grande. ¡La que ti has perdío, muchacho!
El sábado 10 último yegué a Güenos Ayres. Me apié en lo de Fonchos y, mientras comía un bocao, vide al gentío arremolinarse en la Plaza. Pagué, y me acerqué a curiosiar.
Risultaba, asigún me dijeron, que los Imperiales habían aparecido con tuítos sus barcos frente al Puerto, con órdenes de reducir a cenizas a nuestra Escuadra, que el viejo Brown había guarecido en el fondeadero de Los Pozos, frente a la Recoleta.
Junto al Juerte hervía la concurrencia dándole gusto al pico. Unos dotores opinaban que no había nada que hacer, que el enemigo tomaría Güenos Ayres, porque el tonelaje, los cañones, el desplazamiento y qué sé yo cuántas cosas más. Yo metí baza diciendo que -a lo mejor- el Almirante correría a los Verdes como corrió a los godos en el catorce . Pero los dotores me hicieron callar diciéndome qué podría saber de cosas de mar un gaucho inorante como yo. Me alejé mohino. Cierto: yo no sabía nada de desplazamiento ni de tonelaje, pero me ricordaba del coraje de Brown en Montevideo y Martín García.
Como habían de llegar el alba y la creciente para poderse peliar, yo me metí en el Café de Marcos a cenar y esperar que aclarara.
Por fín amaneció el domingo, lindazo pero frío. Dispués de abrigarme con dos giñebras, me juí pal lao de San Francisco a pedir a un fraile amigo que me dejara subir al campanario. Me dejó el hombre y allí quedé con él y tres señores que dendenantes aguaitaban el Río. ¡Había que ver las azoteas, los miradores y las torres, repletos de curiosos! Allá lejos, la playa era un hormiguero.
No había pasao una hora cuando los Imperiales izaron velas y empezaron a desfilar hacia el Poniente. ¡Era de verlos! Un principal rubio que estaba al lao mío – medio gringo el hombre y muy estruído en cosas de marina- decía que eran nada menos que una fragata, cuatro corbetas, cinco bergantines, once goletas, un patacho y nueve cañoneras. ¡Treinta y un barcos! No sé qué es una fragata ni qué ventaja le saca un bergantín, pero yo veía que aquello era tuita una ciudá de buques grandotes, llenos de cañones que mostraban los dientes a nuestra Escuadra, ¡pobrecita ella! : la "Veinticinco", una barca, dos bergantines, siete cañoneras y... nada más. Yo me hacía cruces: " ¡En ésta sí que te quiero ver! ". Noté que el curita, muy pálido, rezaba entre dientes.
Sonaron las doce en las campanas, que casi me dejan sordo. Dispués... el silencio. Denguno hablaba, pero tuitos mirábamos el Río. Ya los enemigos llegaban a Los Pozos. El Almirante los esperaba anclao, haciendo la pata ancha. ¡ Amalaya los Verdes!
Era la una y media pasada cuando el señor rubio de mi lao, con su antiojo alcanzó a ver lo que decían unas banderitas que habían izao en la "Veinticinco": "FUEGO RASANTE QUE EL PUEBLO NOS CONTEMPLA". "¡Lindo viejo -me dije- que antes que rendirse nos quiere dar tiatro!". Y de repente... ¡Cataplún! Nuestros barquitos empezaron a los cañonazos. ¡Hubieras oido, m’hijo, qué batuque y qué humadera ! Los Imperiales respondieron al juego y aquello ya jué un infierno. No se véia nada. Tuito era humo y jogonazos. El horizonte del Río parecía noche con rejucilos y truenos.
El señor gringo maldecía su antiojo, yo deshilachaba mi poncho de puro nervioso y el fraile rezaba cada vez más juerte. Poco a poco, el rubio se jué callando y sólo se oían los cañonazos y la voz del padre.
¡Qué momentos! Vos sabís que siempre he sido poco rezador, pero nos empezó a dentrar no sé qué...La cuestión jué que, mientras en Los Pozos seguían los chumbos, los del campanario nos juimos descubriendo y, cuando menos lo pensábamos, estábamos arrodillados y rezando... "Hacé, Virgencita güena y gaucha de Luján que no dentren en Tu Ciudá los enemigos. No dejés que redoten a la Patria...".
De pronto calló el juego. Yo tirité. Tuitos nos paramos de golpe. ¿Qué habría pasao? "Ya hundieron al Viejo", me dije. Pero aquella humadera de porra no dejaba ver nada.
Esperamos un rato más. En una de ésas, uno de los señores gritó: " ¡Ahí se ven barcos! ¡Es el enemigo que se viene!"
Sí: allá se véian varios buques que empezaban a moverse. ¡Dios nos asista! ¿Sería posible que nos madrugaran los Imperiales? En la plaza los paisanos y señores pedían armas frente al Juerte. El mujererío disparaba. Yo me persiné y, sin querer, manotié el facón.
"¡ Viva la Patria !" –gritó de pronto el curita con tal juerza que tuvimos que agarrarlo de la sotana pa que no se viniera del campanario abajo. " ¡Viva la Patria, canejo!" - volvió a gritar -. ¡Son los barcos nuestros, caracho!".
Cierto era. Disipao un poco el humo se véia nuestra bandera al tope de aquellos buques. Los contamos. No faltaba ni uno.
Nojotros, como los de la Plaza, las azoteas y las torres, dentramos a pegar gritos como locos. También, ¡no era pa menos! ¡Almirante lindo! ¡Y eso que el Gobierno le había ordenado embicar o incendiar sus barcos! ¡Diande! ¡Ahí estaba! ¡Viva la Patria!.
¿Y los Imperiales? Se iban. Se iban, al parecer, pa atacar las cañoneras del criollo Rosales que llegaba al galope de Martín García pa dar una mano al Almirante.
¿Vos sabís lo que es una cañonera? No ti vayás a cráir que es un barco grandote. No. Es una lancha morrudita, con un cañon o dos. Nada más. Güeno. Ti explico ésto pa que ti agarrés y no ti caigás por lo que voy a contarte.
Cuando el enemigo se iba, las siete cañoneras de Brown salieron a todo correr atrás de él. ¡Y ahí jué lo lindo! Aquellos barcos grandotes de los enemigos, perseguidos por nuestros cuzquitos, aguantaron un rato sus mordiscos y dispués... dispararon. Sí. Has léido bien. ¡Los treinta y un barcos imperiales dis-pa-ra-ron y las cañoneras de Brown se perdieron en el horizonte yendoselés al humo y mordiendolés los garrones!
Ya no aguantamos más. Bajamos de la torre tan rápido que casi nos rompimos la crisma. Corriendo cruzamos la Plaza y llegamos al Río. La gente allí se abrazaba, bailaba, gritaba, ¡Qué se yo! Ña Pancha, la mazamorrera del Temple, regalaba a manotadas sus confituras entre el gentío. A mí me abrazó una niña paqueta gritando: "¡Viva la Patria, paisano!". Un militar pegaba saltos como poséido. Los dotores decían discursos que tuitos aplaudíamos pero que nadie óia. Y muchos, como pa llegar a la Escuadra, se metían en el agua sin importarselés un ardite del frío de la oración.
Pasadas las cinco aquel loquero de tuita clase pelo y color, se avalanzó al muelle. Era que alguien había gritao: "¡Ahí viene!".
En una falúa venía el Almirante, serio como siempre, y aura tiznao y con su uniforme cargao de entorchaos y la medalla de Montevideo al pecho. Con él venían Espora, comandante de la "Veinticinco" y el griego Jorge, dos que –dispués supimos- se habían jugao como liones en el combate.
El bote atracó y ahí jué la cosa. Tuitos, como a la orden, corrimos y sacamos a los marinos en andas. El Viejo pedía calma y vivaba a la Patria. Espora –me pareció- yoraba y Jorge sonreía abatatao. Nojotros... ¡pa qué te voy a decir!... Los dotores pegaban gritos de "¡Viva el héroe del Mar!" " ¡Vivan los salvadores de la Patria!" y no sé cuántas cosas más. La banda tocaba el Himno.Y yo, paisano rudo que no comprendiendo de decir cosas lindas, me las pelaba gritando tuitas las palabrotas que me prohibía mi mamá, que Dios la tenga en Su gloria...
Así, a los empujones, los llevamos. Unas niñas de lo principal coronaron a Brown con flores. Él se sacó la corona y pegó un grito de " ¡Viva la Patria!" que me heló el tuétano porque me pareció que lo pegaba la Patria mesma. Dispués dentraron en el Juerte, ande los esperaba don Bernardino.
Esa noche Güenos Ayres ardió en fiestas. Yo -es la primera vez que me pasa- creo que me emborraché. También, ¡no era pa menos!
Te abraza tu tata
PONCIANO BERMUDEZ.
Argüero, Luis Eduardo; Cielo al Tope, Historias Marineras.