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EL CORSARIO DE PLATA

Nuevos Amores y Nuevos Rencores"
(Fragmento del Cap. 5)

La Halcón se retiró rumbo al Norte navegando cerca de la costa para hacerse ver, ahora con la bandera que siempre solían ocultar. Era un hermoso día despejado, cálido, pero no agobiante. Por un momento, el Capitán estuvo tentado a entrar en una caleta que se aparecía desierta para buscar víveres y agua. Pero no. Lo maduró y juzgó prudente seguir. “Quizá encuentre alguna presa de la que podamos comer y beber”, pensó.

Durante cuatro horas navegaron solitarios en un mar suave y ondulado, con el único ruido de las olas y el repiquetear de los carpinteros.

Después de almorzar, el Capitán bajó a su camarote; se recostó en su camastro y se quedó dormido. Creyó soñar con la cara de su segundo hijo, a quien aún no conocía y ya tendría casi cuatro meses. Era una niña. Se veía a sí mismo con el bebé en brazos en el puente de una gran fragata negra con la que regresaba triunfal a Buenos Aires. La fragata se llamaba Argentina y replegaba sus velas al entrar al Riachuelo entre disparos de salva. El Capitán en el puente tomaba a su hija y la levantaba por sobre su cabeza ante los vítores de tres mil o cuatro mil personas que le daban su bienvenida con los pañuelos en alto y gritando vivas a la Patria. “Ella es Argentina, ella es Argentina”, gritaba, sin entenderse si se refería a la nave o a su hija.

Jones le sacudió con insistencia el hombro al Capitán, instándole a que se despertara y el Capitán entreabrió sus ojos, tratando de discernir la frontera entre lo real y lo imaginario. Miró a su alrededor; vió la expresión urgente de Jones y se incorporó con alguna dificultad.

-¿Qué pasa, Señor Jones? -Inquirió con restos volátiles de sueño alrededor suyo.

-Tenemos una vela mercante muy grande a la vista, con rumbo al Callao. El vigía acaba de confirmar que es española.

-Bien, vayamos al puente.

-¿Izamos bandera inglesa, Capitán?

-No, deje todo como está, que así está bien.

Los dos hombres llegaron sin demora al puente y el Capitán comenzó a dar directivas a todos, sin despegar su ojo del catalejo.

-Artillero de proa, en dos minutos disparo de advertencia. Los gavieros; suelten todas las velas. Señor Jones, reúna a treinta hombres; no, a cuarenta para abordarlos. Espere mi orden bajo cubierta. Timonel, veinte grados a babor, que parezca que nos alejamos. ¡Dejémosla venir!

-¡Están virando al Oeste y a toda vela! -gritó el vigía.

-¡A babor! -ordenó al timonel-. Ponga este barco de mierda en la estela de esa belleza negra. “¡Ese hijo de puta que la manda es hábil! No se tragó el anzuelo”, masculló para sí.  -Artillero de proa, dispare de advertencia. ¡Fueegoo!  Artilleros de estribor, preparen.  

El Capitán volvió a enfocar su anteojo y quedó perplejo ante la agilidad de la nave española. 

-¡Quiero hasta la última vela desplegada! ¡Ya mismo!  Artilleros, disparen alto sobre sus velas o los perdemos. Apunten. ¿Listos?

-¡Listos! -contestó el jefe de artilleros.

-¡Fueeego! -Varios disparos dieron en el velamen del barco español que, sin embargo, no cejaba en huir. -¡Preparen otra carga! Apunten más abajo. Avisen cuando estén listos.

A los cinco minutos estaban otra vez preparados y una decena de disparos sacudieron la arboladura de la fragata mercante haciéndole perder bastante velocidad.

-En quince minutos más, los tendremos -anticipó por lo bajo Bouchard a Jones.

-¡Están izando bandera blanca, Capitán! -gritó el vigía desde las alturas sin ocultar su entusiasmo.

-¡Es mía! -dijo con una extraña voz ensordinada. De inmediato se dirigió al joven Espora: -Vaya y avísele a Jones que suba a cubierta para abordarlos.

Mientras el joven corría escalerillas abajo, Bouchard  se quedó mirando todos los detalles de su nuevo amor. “¿Consecuencia se llama? ¡Que nombre tan espantoso para tanta hermosura!”, dijo para sus adentros.

Los hombres de Jones saltaron como buitres sobre la nave, una vez que los marineros la engarfiaron. No hubo disparos. El capitán español y sus  oficiales se rindieron y entregaron en silencio sus armas al rubio Jones quien les puso bajo arresto y los concentró en la sala de oficiales. Bouchard saltó a la Consecuencia y se sintió en la gloria. “¡Esta nave me merece!”, pensó en lo más íntimo. Era imponente, pero más que imponente, “es gloriosa, perfecta”, alcanzó a susurrar.

El joven Espora le indicó que estaba a la búsqueda del inventario, pero que ya había obtenido la lista de pasajeros.

-¿¡Lista de pasajeros!? -exclamó el Capitán, mientras desplegaba un  papel con curiosidad. “Veamos a quién tenemos aquí”, -se preguntó a sí mismo antes de leer la lista que encolumnaba sus nombres y destinos:

Don León de Altolaguirre,           de la Orden de Carlos III; contador del Real      Tribunal de Cuentas de Lima.

Don Andrés Ximeno,                              Delegado de la Provincia de Tarija.

Don José Antonio Navarrete,                Fiscal de la Real Audiencia de Chile.

Don Francisco Arriate,                         Teniente Coronel del Real Cuerpo de Ingenieros, destinado al Ejército del Perú, y hermana.

Don Ramón Aveleyra,                      Teniente de los Reales Ejércitos destinado a la Capitanía General de Chile.

Don Juan Manuel Mendiburu,           Brigadier designado Gobernador Político y militar de la provincia de Guayaquil.

-¡Mon Dieu! -exclamó luego de leer los primeros renglones- ¡Me imagino la alegría que sentirá el Virrey cuando se entere que tengo a estos pasajeros! Espora, ¡el rescate de éstos godos valen más que la nave!

Bouchard sintió que al fin había logrado hacer una buena diferencia. Una nave hermosa; pasajeros que valdrían miles de reales; y lo mejor de todo, lo había conseguido sin el concurso de Brown.

En ese momento, Jones apareció en la cubierta para informarle al Capitán que todo estaba en orden, pero éste ni siquiera lo dejó hablar.

-Jones, ponga una guardia armada en cada camarote y asegúrese  que los militares sean desarmados. -Jones se disponía a cumplir, pero lo detuvo: Ah Jones, arríe la bandera goda y haga izar la nuestra.           

Anochecía en el Pacífico y el Capitán sintió que su sueño siestero había resultado una premonición Divina.