CHATA PELIGROSA
Publicado: Lun Jun 26, 2023 4:27 pm
Hace unos años escribí en otro foro que ya no está, este relato de recuerdos de la infancia que tienen algo en común con los barcos, aunque sean de trabajo y el delta.
CHATA PELIGROSA
La Lombardina era una chata medio peligrosa. Su construcción de doble proa, el fondo plano y algunos errores de su improvisado dibujante, la hacían medio difícil de gobernar cargada con veinticinco toneladas de madera, cuando era sobrepasada por una lancha colectiva o algún barco de mayor porte que no disminuyera su velocidad. Al navegar vacía, barrenaba con demasiada facilidad, especialmente si el Paraná estaba con sudestada. Razones de sobra tenía mi viejo para dudar de sus condiciones marineras, ya que muchos años después de haberla vendido, se fue a pique cerca del puente Zárate-Brazo Largo. Cuando navego por ahí y el ecosonda marca más de treinta metros en algunas de las curvas previas al puente, imagino que por esos fondos debe haber quedado la susodicha, luego de haberse ido a pique ahogándose el marinero y salvándose milagrosamente su propietario asido a una planchada de pino Brasil. Mi viejo se la había comprado a un tal Fumiatti que vivía en la boca de Los Negros y el Naranjo, en la Tercera Sección de Islas. Buena gente Fumiatti, y seguramente en honor al pueblo de sus padres habría bautizado a la chata con ese nombre. Casualidad tal vez, pero de la Lombardía era también el abuelo de mi padre.-
La chata era además de celosa para timonearla, incómoda para vivir a bordo durante los viajes de trabajo. La popa se angostaba tanto que para las rondas de mate en el puerto de Tigre, eran mejores otras embarcaciones de popas más mangudas; y las más lindas de todas eran las del tipo “cola de pato”.-
De cualquier manera, e incomodidades al margen, siempre era agradable asistir a esas charlas con los isleños amigos de mi padre, aunque fuera desde el silencio que naturalmente se imponía a los pibes en las conversaciones de los mayores; salvo que a uno se lo hiciera participar expresamente.-.
También era lindo andar con la caña de pescar, y ni que hablar de comer las mojarras hechas en la misma chata. Increiblemente, en el Bran-Metal se podía cocinar bastante bien, especialmente si estaban fritas con grasa que, por soportar una temperatura mayor sin quemarse, hacen que el pescado o las papas fritas queden más secas; justo al revés de lo que piensa la gilada.-
La timonera era pequeña y cuando yo acompañaba a mi viejo por algunos días teniendo no más de diez , él me preparaba una cama con algunas frazadas viejas que oficiaban de colchón, y el dormía en la única litera que había en proa, debajo de un tambucho ciego y sin ventilación, con pretensiones de camarote.-
Durmiendo yo en la timonera evitaba moverme demasiado para no golpear la lata que guardaba el Bran-Metal, o el cajón que contenía un par de jarros enlozados, los platos y algunas fuentes del mismo tipo. De la rueda del timón, de hierro y con cabillas de madera, bajaba una cadena que, luego del mecanismo de desvío debajo del piso, se dirigía a la pala de madera, la sobrepasaba por una medialuna que sobresalía bastante del casco, para volver en sentido inverso y completar el mecanismo.-
La ambientación del lugar se completaba con un bolso viejo de lona y cuero, algún saco raído que prestaba ocasionalmente los servicios de traje de agua, unos cabitos para cualquier uso, una linterna, un farol de kerosene y más de un cuchillo casero, fabricados con hoja de sierra sin fin, y luego encabados por mi viejo en madera. De aspecto rústicos pero útiles y muy filosos.-
Como en Conchillas -pueblo natal del viejo- había aprendido desde chico a templar el acero, se preciaba de tener sus cuchillos siempre muy bien afilados: verdaderas navajas que nada tenían que envidiarle a la vetusta Solingen con que se afeitara toda su vida. Para esos cuchillos caseros estaban destinadas las endijas existentes entre el forro de madera de la timonera y los travesaños horizontales que la rodeaban formando su estructura.-
Si bien era un enamorado de la isla, lo único que no le gustaba a mi viejo era el arroyo Los Negros, donde tenía dos quintas chicas; una de dieciséis hectáreas y la otra de ocho. El arroyo cada vez estaba más tapado por los camalotes, los canutillos y otras plantas acuáticas que lo hacían prácticamente imposible de navegar. Cuantas veces había que poner en punto muerto el motor Lister –que funcionaba a agricol- , y navegar a botalón, hincando ese palo largo de álamo en el lecho del río, para caminar repetidamente desde proa a popa .-
Después que se fue Clemente, que era un buen vecino, solo quedaba en el lugar el polaco, que vivía solo casi al fondo del arroyo y hacía cerca de veinte años que no iba al pueblo. Mi viejo lo despreciaba, poniendo distancia en su trato, no obstante lo cual el gringo se esmeraba en ser solícito y comedido, sin darse cuenta que eso era una de las cosas que a él más lo irritaban. Qué clase de hombre es ese que, pese a verse tratado fríamente insiste con halagos y atenciones empalagosas, propias de la gente sin dignidad.-
Pensaba vender las quintas y, antes de hacerlo decidió cortar los álamos que el mismo había plantado, con ayuda de Clemente hacía varios años. Faltaba poco para terminar de cargar la madera ya trozada, que era llevada hasta la costa con zorras circulantes por vías “Decauville” y empujadas a pura fuerza bruta.-
Mientras trabajaba solo, la chata quedaba amarrada en la costa completamente abierta, y así fue que en una oportunidad encontró la timonera medio revuelta, notando que faltaba algo de plata. El polaco seguramente no había sido, no se habría animado, y los otros que andaban por ahí eran de una cuadrilla con fama de pesados y no ser trigo limpio.-
Volviendo en una oportunidad a la chata a media mañana, encontró al ladrón justo dentro de la timonera. Era uno de los morochos que integraban la cuadrilla que estaba haciendo madera en una quinta vecina.
Cuando el tipo se vio sorprendido, manoteó un cuchillo -aprisionado contra la pared de la timonera- y tiró unas cuantas puñaladas contra mi viejo, que pudo vistear con éxito pese al poco espacio para desplazase y evitar las embestidas del agresor.-
Finalmente, luego de trenzarse en lucha logro desarmarlo y, cansado ya de trompearlo, agarró el cuchillo con furia, y cuando estaba ya por matarlo, dudo un instante, y como tenía el arma en la mano, aprovechó el excelente filo de la improvisada navaja y le afeitó la cabeza por completo al morocho. Así como la usan los muchachos ahora, pero un poco más desprolijo. Después, pelado y medio mormoso lo levantó y empujó al agua para el lado de la costa, rematando la faena con una soberbia patada en el culo.
Durante un tiempo anduvo el viejo con un revolver a la cintura, prestado por mi tío Poldo, para prevenir una posible venganza. Luego de unos meses, ya devuelta el arma a su dueño, paró un día a comprar yerba en el almacén de Della Bitta , en la boca del Naranjo y Guazú. En una mesa del boliche se encontraba el frustrado ladrón -ya con el pelo bastante crecido- junto a varios tipos más de la cuadrilla, todos chupando y hablando fuerte . Mi viejo pensó que lo iban a pelear, pero igualmente continuó sus pasos a pié firme hasta el mostrador; saludó al bolichero, pidió la yerba, pagó y cuando ya estaba saliendo, rompió el silencio uno de los parroquianos con una expresión que mi viejo ciertamente no esperaba:
- Che negro, .......... saludalo a tu peluquero.-.
Era peligrosa la Lombardina,….. especialmente en la timonera.-