En el canal de los peces leprosos
En el canal de los peces leprosos
EN EL CANAL DE LOS PECES LEPROSOS
Hoy, día 14, a las ocho de la mañana, hemos varado, a la entrada del maldito riacho de quinientos metros que conduce al puerto de Esquina. El riacho de los peces leprosos.
Para colmo el cielo está encapotado. Una cúpula de plomo cubre con su bóveda los canales circunvecinos. Estamos detenidos junto a una costa barrosa, barbuda de arbustos. Los bancos de arena extienden sus lenguas amarillentas en todas las direcciones. Estos bancos parecen el hipódromo de los pájaros de las cercanías. El agua está repleta de peces enfermos como de lepra, peste que les pudre las escamas cayéndoseles la piel a pedazos. Algunos agonizan con la cola fuera del agua; los que mueren suben a flote y permanecen boyando con el vientre al aire y el lomo bajo el agua. Pájaros de cuerpo negro y largo como medio palo de escoba corren a ras del río vertiginosamente, en parejas de macho y hembra. Arriba, círculos de gaviotas y martín pescadores chillan dolorosamente, se llaman con graznidos, y el agua está repleta de sonidos misteriosos. Parece que alguien arrojara pedradas al riacho. Efectivamente, se ve que en su superficie se sumerge algo, por fin comprendo: una lonja rojiza se arquea y chapuza. Es un dorado cazando peces menores.
Nosotros estamos varados. El práctico sube al bote que traemos a remolque, con Nicomedes, y comienza a sondar el río.
Se intenta salir. Suena la campanilla del telégrafo de máquinas y el motor se pone en marcha, pero la nave no se mueve. La hélice, desde la profundidad de popa, lanza a los flancos de la nave torbellinos de agua fangosa, pero el barco no se mueve una pulgada del lugar donde está.
Como al olor de un cadáver acuden canoas de isleños que empujan sus cáscaras de nueces en torno del costado del buque, luego se acerca un remolcador ofreciendo sus servicios.... Siempre que se le pague… como es natural.
El patrón rechaza las propuestas que insumiría el producto del flete de la mercadería que lleva de carga., y por fin se determina que el buque “sufre una varadura de popa”, que su proa está en el aire. Para equilibrar la nave, o sea para permitir que su popa se separe del barro donde está apoyada, es necesario ganar un pie de agua de profundidad y este pie de agua se puede ganar corriendo la carga estibada en el centro del buque hacia su proa. Y toda la tripulación comienza a acarrear bolsas del centro de la bodega y de la escotilla hacia la proa.
De esta manera se transportan cinco mil kilos de bolsas de sal.
El práctico, en la popa del bote, mueve los brazos y arroja la sonda como un pescador de profundidades. En torno chillan las gaviotas y juegan sus carreras los pájaros negros, que, por fin, averiguo se llaman biguaes.
Una hora después, el transporte de las bolsas de sal en la cubierta de hierro ha terminado. El piloto regresa a bordo. Suena la campanilla del telégrafo de máquinas, y el motor comienza a petardear sordamente. El buque parece que se mueve. A cada costado de la timonera, tomando las profundidades del agua con sondas, se encuentra un marinero.
El buque oscila. La hélice devuelve a la superficie pescados hechos pedazos. Emulsiones de fango se mezclan al agua color tabaco. El motor ronca sordamente, de la chimenea escapan nubes aceitosas de humo negro; el patrón hace girar continuamente la rueda del timón y, por fin, la nave se desprende lentamente como si se despegara de un fondo viscoso. Los marineros, con las sondas, cantan continuamente las profundidades del agua:
-Siete pies. Siete pies y medio. Siete pies y un chiquito. Ocho pies. Siete….
Al pie del timón el patrón mueve la rueda despacio, atentísima la vista en la superficie del río. Los bancos de arena acechan en el fondo. El práctico me señala una mínima ondulación de agua diciéndome:
-¿Ve? Allí hay un banco, donde se mueve ese chiquito de agua.
Yo digo que sí, pero no veo absolutamente nada, pues toda la superficie del agua se mueve, y ese “chiquito” no guarda para mí absolutamente ninguna diferencia con la otra.
Don Pablo, el segundo maquinista, me explica:
Cuando los que varan son buques de regular calado, dan un trabajo espantoso, porque hay que llevar el ancla con un bote a doscientos metros o trescientos metros de distancia y clavarla en el río, tender un cable y tirar del cable con el cabrestante y “fanfarrines de pastecas”, que hacen mucha fuerza. Y a veces el buque se pasa varado dos o tres días, y cuatro también.
Insensiblemente el Rodolfo Aebi se desliza. Luego marcha. Arrecia la velocidad. Los marineros que toman la profundidad a estribor y babor cantan:
-Ocho pies y medio. Nueve. Nueve y un chiquito. Ocho largos.
Nos hemos escapado. ¡Maldito sea el canalón de los peces leprosos!
De "AGUAFUERTES FLUVIALES", 1933, de Roberto Arlt.
Hoy, día 14, a las ocho de la mañana, hemos varado, a la entrada del maldito riacho de quinientos metros que conduce al puerto de Esquina. El riacho de los peces leprosos.
Para colmo el cielo está encapotado. Una cúpula de plomo cubre con su bóveda los canales circunvecinos. Estamos detenidos junto a una costa barrosa, barbuda de arbustos. Los bancos de arena extienden sus lenguas amarillentas en todas las direcciones. Estos bancos parecen el hipódromo de los pájaros de las cercanías. El agua está repleta de peces enfermos como de lepra, peste que les pudre las escamas cayéndoseles la piel a pedazos. Algunos agonizan con la cola fuera del agua; los que mueren suben a flote y permanecen boyando con el vientre al aire y el lomo bajo el agua. Pájaros de cuerpo negro y largo como medio palo de escoba corren a ras del río vertiginosamente, en parejas de macho y hembra. Arriba, círculos de gaviotas y martín pescadores chillan dolorosamente, se llaman con graznidos, y el agua está repleta de sonidos misteriosos. Parece que alguien arrojara pedradas al riacho. Efectivamente, se ve que en su superficie se sumerge algo, por fin comprendo: una lonja rojiza se arquea y chapuza. Es un dorado cazando peces menores.
Nosotros estamos varados. El práctico sube al bote que traemos a remolque, con Nicomedes, y comienza a sondar el río.
Se intenta salir. Suena la campanilla del telégrafo de máquinas y el motor se pone en marcha, pero la nave no se mueve. La hélice, desde la profundidad de popa, lanza a los flancos de la nave torbellinos de agua fangosa, pero el barco no se mueve una pulgada del lugar donde está.
Como al olor de un cadáver acuden canoas de isleños que empujan sus cáscaras de nueces en torno del costado del buque, luego se acerca un remolcador ofreciendo sus servicios.... Siempre que se le pague… como es natural.
El patrón rechaza las propuestas que insumiría el producto del flete de la mercadería que lleva de carga., y por fin se determina que el buque “sufre una varadura de popa”, que su proa está en el aire. Para equilibrar la nave, o sea para permitir que su popa se separe del barro donde está apoyada, es necesario ganar un pie de agua de profundidad y este pie de agua se puede ganar corriendo la carga estibada en el centro del buque hacia su proa. Y toda la tripulación comienza a acarrear bolsas del centro de la bodega y de la escotilla hacia la proa.
De esta manera se transportan cinco mil kilos de bolsas de sal.
El práctico, en la popa del bote, mueve los brazos y arroja la sonda como un pescador de profundidades. En torno chillan las gaviotas y juegan sus carreras los pájaros negros, que, por fin, averiguo se llaman biguaes.
Una hora después, el transporte de las bolsas de sal en la cubierta de hierro ha terminado. El piloto regresa a bordo. Suena la campanilla del telégrafo de máquinas, y el motor comienza a petardear sordamente. El buque parece que se mueve. A cada costado de la timonera, tomando las profundidades del agua con sondas, se encuentra un marinero.
El buque oscila. La hélice devuelve a la superficie pescados hechos pedazos. Emulsiones de fango se mezclan al agua color tabaco. El motor ronca sordamente, de la chimenea escapan nubes aceitosas de humo negro; el patrón hace girar continuamente la rueda del timón y, por fin, la nave se desprende lentamente como si se despegara de un fondo viscoso. Los marineros, con las sondas, cantan continuamente las profundidades del agua:
-Siete pies. Siete pies y medio. Siete pies y un chiquito. Ocho pies. Siete….
Al pie del timón el patrón mueve la rueda despacio, atentísima la vista en la superficie del río. Los bancos de arena acechan en el fondo. El práctico me señala una mínima ondulación de agua diciéndome:
-¿Ve? Allí hay un banco, donde se mueve ese chiquito de agua.
Yo digo que sí, pero no veo absolutamente nada, pues toda la superficie del agua se mueve, y ese “chiquito” no guarda para mí absolutamente ninguna diferencia con la otra.
Don Pablo, el segundo maquinista, me explica:
Cuando los que varan son buques de regular calado, dan un trabajo espantoso, porque hay que llevar el ancla con un bote a doscientos metros o trescientos metros de distancia y clavarla en el río, tender un cable y tirar del cable con el cabrestante y “fanfarrines de pastecas”, que hacen mucha fuerza. Y a veces el buque se pasa varado dos o tres días, y cuatro también.
Insensiblemente el Rodolfo Aebi se desliza. Luego marcha. Arrecia la velocidad. Los marineros que toman la profundidad a estribor y babor cantan:
-Ocho pies y medio. Nueve. Nueve y un chiquito. Ocho largos.
Nos hemos escapado. ¡Maldito sea el canalón de los peces leprosos!
De "AGUAFUERTES FLUVIALES", 1933, de Roberto Arlt.
- FinisTerra
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Re: En el canal de los peces leprosos
Otra que el costanero, esas son varaduras!
Re: En el canal de los peces leprosos
Muy linda lectura. Muchas gracias por compartirla.
Re: En el canal de los peces leprosos
Muhas gracias raya. Linda lectura.
- FinisTerra
- Mensajes: 1280
- Registrado: Vie Jul 20, 2018 9:41 pm
Re: En el canal de los peces leprosos
En devolucion, y como tiene que ver con este asunto de las varaduras. Y como recuerdos de un hijo de un Practico del Rio de la Plata, algunos fragamentos de Rodolfo Walsh sobre los Practicos :
Rodolfo Walsh El violento oficio de escribir
MAGOS DE AGUA DULCE
"PREFECRIOPLA A INTERSECCIÓN 9/30 XZRP N" 615 AN. SETIEMBRE DOS A
PARTIR 1100 HS. PROHIBIDO NAVEGAR CANALES ACCESO BAIRES PARA
BUQUES DE SALIDA POR ENTRADA ESSO PUERTO RICO. PONTÓN
INTERSECCIÓN CERRARÁ NAVEGACIÓN A BUQUES DE ENTRADA CUANDO
ÉSTE SE PONGA EN MOVIMIENTO Y LIBERARÁ CANAL EN IGUAL SENTIDO 30
MINUTOS DESPUÉS. DIRECTIVAS ESPECIALES: SUBPREFECTURA DOCK SUD
LIBERARÁ CANAL DE ACCESO CUANDO BUQUE VIRE KM. 9,8 Y CANAL SUD
AMARRE COMUNICANDO INMEDIATAMENTE CIRCUNSTANCIAS
DESTINATARIOS PRESENTES."
LOS PRÁCTICOS DEL RÍO EN ACCIÓN
Il commandante Vittorio Petra no se come los cigarrillos porque saliendo de la timonera está prohibido fumar, pero hunde las manos en un sobretodo impecable, cuyos bolsillos ya deben estar rotos cuando los brazos se ponen derechos y se pegan al cuerpo.
Mentalmente se está tragando el puerto. Si hablara, repetiría la imprecación de los capitanes de ultramar cuando entran en Buenos Aires: tutti pazzi.
Pero Il commandante Vittorio Petra tiene un buen dominio de sus nervios y guarda un silencio estoico mientras el Esso Puerto Rico –bandera panameña, tripulación italiana, carga venezolana, capital estadounidense– abanica la popa frente a la entrada de la Dársena D de Dock Sud, apoya en el fondo del Riachuelo, de donde surgen borbollones de barro negro, se escora y vuelve a enderezar, procurando un ingreso que debe ser impecable o catastrófico: no hay términos medios con un petrolero y gasero que desplazaba 60.000 toneladas antes de ser alijado dos veces y guarda todavía 10.000 toneladas de propano y butano: una especie de bomba atómica flotante.
Sólo un hombre a bordo parece no vivir el momento como las vísperas de Hiroshima. El capitán Buhler, práctico del puerto, calcula en términos de centímetros el desplazamiento de una mole de doscientos veinte metros de eslora, que sumados a los remolcadores y los cabos de remolque abarca tres cuadras y media de largo por treinta metros de ancho. La boca de la dársena tiene cuarenta.
–Mezzo tímone –dice el capitán Buhler, porteño de por aquí.
–Mezzo timone –repite como un eco el timonel.
El petrolero gira en cámara lenta frente a la boca de la dársena: entra de popa para tener la salida expedita "si pasa algo". Unos metros más, y enfrenta la piedra del murallón.
–Avanti adagio –dice el capitán Buhler.
El remolcador de proa vuelve a su tarea de hormiga.
–Dietro molió adagio –dice el capitán Buhler.
El Esso Puerto Rico va a entrar finalmente en el ojo de la aguja. Desde el puente, a dieciocho metros sobre el agua, la boca de la dársena apenas se ve, tapada por el palo y la cubierta, donde se despliega una red intestinal de cañerías rojas, azules,verdes, amarillas entre los botellones verticales de gas enclavados en las bodegas de petróleo. Para saber que nos movemos hay que mirar a los costados donde las piedras del murallón están desgastadas por el roce de otros buques. Pero éste no puede rozar. Aun a paso de hormiga cualquier fricción empezaría a medirse en tonelámetros, pondría al rojo vivo las chapas de acero. En eso no se quiere pensar: cuando se piensa en eso ya no se habla del buque, sino de todo Dock Sud, cuyas refinerías brillan al sol.
Desde arriba el margen a babor parece haberse reducido a un par de metros. En la mejilla del
commandante Petra palpita un músculo.
–Tutto a sinistra –dice el capitán Buhler, manejando el remolcador de proa con la sirena del barco, el de popa con un silbato–. Mezzaforza –dice y el telégrafo Chadburn vuela a la sala de máquinas, regresa instantáneo con la estridencia de la campanilla que indica entendido, ejecutado.
Los toques de respuesta del remolcador suenan lúgubres como un gemido animal.
El Esso Puerto Rico se enhebra ahora limpiamente en el dock, la proa deja atrás las mandíbulas de piedra.Veinte minutos después está amarrando.
–Ferma la machina –dice el capitán Buhler. La cara del commandante Petra está despejada, mira con placer la silueta de Buenos Aires, el humo blanco de las fábricas bajo el cielo celeste. Ha recuperado el juvenil humor peninsular y el dominio de su barco, "chefaceva la campana, ding-dong", dice, riéndose al fin.
–¿A qué hora le dije que estaríamos atracados?
–A las cuatro y media –dice il commandante Petra.
El capitán Buhler mira su reloj. Son las cuatro y veinticinco.
VIDA EN LOS PONTONES
De noche, como quien viene de Europa, es la primera luz que se ve al entrar en el Río de la Plata. De día es una raya que se aplana contra el horizonte para esquivar los cañonazos que le estaban destinados cuando en 1889 lo botaron como acorazado Independencia, vocación que el tiempo destruyó hasta reducirlo a albergue de pilotos y prefecturianos. Anclado en el río a la vista de Montevideo y su cerro, bornea a la corriente que lo lame, lentamente roído por el salitre. Medio metro de coraza bajo el agua no atrae minas ni torpedos, sino gordos mejillones que las corvinas devoran.
Nadie baja al barrio chino donde se herrumbran las viejas máquinas de vapor, la oscuridad se estanca en laberintos, el agua gorgotea despacio en las sentinas. Nadie sube el nido de cuervos donde está el faro ni al nido de paloma de la cofa. En la pintura roja de los flancos grandes letras blancas anuncian: "Pontón prácticos Recalada".
Los veinte hombres que al mando de un oficial operan el pontón viven el tedio de una rutina que dura quince días, hasta que aparece el aviso Albatros con el trozo de relevo, los víveres y el agua dulce. Cuando el río se encrespa, el viejo acorazado baila, cruje, rompe muebles y vajilla. Hace cuatro años cortó la cadena del ancla, quedó al garete y sin luz en la tempestad, amaneció casi sobre la costa uruguaya. Tiempo después un carguero despistado lo hizo víctima de ignominioso abordaje, que estuvo a punto de partirlo en dos. Pero ya son sus últimos días: en puerto se apresta el ex transporte Les Eclaireurs, que lo reemplazará cuando asuma su final destino de hierro viejo.
En la sala de prácticos el almuerzo se sirve a las once, la cena a las siete, el café a cualquier hora del día o de la noche. Un pizarrón registra los buques de entrada y salida, el hombre y el turno de los pilotos que han de tomarlos y el camarote que ocupan. A veces hay tiempo para dormir. A veces para un cigarrillo.
Ocho a diez veces por día un barco que entra aminora apenas la velocidad, mientras la lancha del pontón sale a buscarlo –un punto en el oleaje–, lo alcanza, se pone a sotavento y lo acompaña en su avance. Por la borda, que suele parecer altísima, recortada en el cielo, desciende la escala real o una simple escalera de gato, y el práctico sube. Cuando hay pesio –mar agitado, noche y niebla– la maniobra puede terminar en una costilla quebrada o en algo peor. Cronista y fotógrafo tuvieron "mala suerte": el día era azul, el río tranquilo cuando volvieron a embarcar en el Providence, un hermoso bull-carrier noruego, de cubierta lisa como un portaaviones, 175 metros de eslora, en lastre a Intersección y Rosario.
–Fourteen knots. Nothing to starboard.
Aquí las órdenes se dan en inglés, se repiten sin urgencia en la timonera soleada. Navegar a catorce nudos con apenas veintidós pies de calado es más que nada un placer, pero el capitán Colombani, presidente de la Asociación de Prácticos del Río de la Plata –que excepcionalmente pilotea en esta mañana de sol– no olvida los peligros que oculta la faz inocente del agua rayada de gaviotas.
Saliendo de Buenos Aires el canal de acceso corre hacia el sudeste, hasta el kilómetro 37, donde ancla el ex acorazado Libertad, hoy pontón Intersección, tan cargado de años como su gemelo de Recalada. Ahí convergen el canal de Martín García, que sirve a la navegación del Uruguay y el Paraná, y el Intermedio.La profundidad determinante del canal de acceso es de veintiocho pies y medio (un pie igual a treinta centímetros), se mantiene mediante dragado y aumenta o disminuye con la marea. Tiene unos ochenta metros de ancho.
El canal Intermedio va del kilómetro 37 al 117. Su profundidad y su ancho son mayores, pues se mantiene dragado por acción de la corriente.
El canal de Punta Indio completa el sistema. Durante unas diez millas sigue el mismo rumbo que el
Intermedio. Pero a la altura del par 21 de boyas dobla abruptamente hacia el este, en dirección a Montevideo. Ese lugar, el Codillo, es el que quita el sueño a los prácticos. A partir de ahí la corriente fluye de través y el buque debe compensar la deriva con el abatimiento: navegar oblicuamente. Pero un abatimiento de diez grados llega a duplicar la manga (ancho), que en algunos barcos es ya de treinta metros. La distancia entre boyas sobre la superficie del canal es de ochenta, pero en el fondo se reduce a treinta y un buque grande navega prácticamente encajonado.
–Para cruzarse con otro –dice el capitán Colombani–, usted debe ponerle proa como si lo fuera a embestir, hasta que llega a mil metros de distancia. Sólo entonces empieza a recostarse contra su veril. Pero después que sacó la proa, tiene que sacar también la popa, porque el otro está haciendo lo mismo.
Este paso de "ballet" exige una precisión absoluta. Un error no se enmienda, porque aun dando toda
máquina atrás una mole como ésta seguirá avanzando dos kilómetros y rompiendo lo que halle en su camino.
–Pasamos –dice el práctico Tomasevich–, pero con cada masaje de corazón...
Los canales, se admite, fueron hechos para otro tipo de barcos en la época dorada del trigo o las carnes. O más bien se construía especialmente para navegar en el Río de la Plata. Hoy las grandes empresas navieras lanzan al mar colosos que superan las cien mil toneladas, proyectan otros que llegarán a doscientos mil. Esos buques simplemente no podrán entrar en Buenos Aires, ni aun paralizando el resto del tráfico, como sucede ahora con el Esso Puerto Rico o el Eugenio C.
Barcos que calan hasta 32 pies entran en Buenos Aires, y salen, por canales de 29 pies. Avanzan
literalmente arando el fondo, desplazando con la quilla hasta un metro de barro.
–De golpe usted encuentra un lomo de burro, el barco se escora a un lado y a otro. Usted mira alrededor y piensa que hay una tormenta, pero el día está tranquilo como hoy.
Sigue tranquilo cuando en el kilómetro 83 pasamos junto a las boyas verdes que señalan los cascos
hundidos del Biguá, el Marionga Kairis, el Ciudad de Asunción. Ninguno de ellos, nos aclaran, llevaba práctico, y no se registran en los últimos años accidentes graves debidos al practicaje. Pero nadie quiere convertir esa certidumbre en pronóstico del futuro.
Los prácticos, que suelen denominarse a sí mismos, "el almirantazgo de los capitanes", están orgullosos de esa especie de operación mágica que les permite navegar en seco, abriendo canales por su cuenta, reemplazar por el olfato comunicaciones defectuosas, argumentar victoriosamente contra los pronósticos meteorológicos, argüir con un dejo de burla que lo único que sirve para orientarse es el dedo, estacionar un gigante de tres cuadras de largo como si fuera un Volkswagen. Pero no hay uno solo de ellos que no tema una catástrofe, que no sueñe con las dragas que en Maracaibo o en el Golfo abren canales de cuarenta pies sin dejar de navegar a doce nudos. ¿Palabras mayores? Quizá, cuando uno las oye sobre la cubierta del acorazado que sigue meciéndose, como hace ochenta años, ante un lejano resplandor nocturno llamado Buenos Aires.
Rodolfo Walsh El violento oficio de escribir
MAGOS DE AGUA DULCE
"PREFECRIOPLA A INTERSECCIÓN 9/30 XZRP N" 615 AN. SETIEMBRE DOS A
PARTIR 1100 HS. PROHIBIDO NAVEGAR CANALES ACCESO BAIRES PARA
BUQUES DE SALIDA POR ENTRADA ESSO PUERTO RICO. PONTÓN
INTERSECCIÓN CERRARÁ NAVEGACIÓN A BUQUES DE ENTRADA CUANDO
ÉSTE SE PONGA EN MOVIMIENTO Y LIBERARÁ CANAL EN IGUAL SENTIDO 30
MINUTOS DESPUÉS. DIRECTIVAS ESPECIALES: SUBPREFECTURA DOCK SUD
LIBERARÁ CANAL DE ACCESO CUANDO BUQUE VIRE KM. 9,8 Y CANAL SUD
AMARRE COMUNICANDO INMEDIATAMENTE CIRCUNSTANCIAS
DESTINATARIOS PRESENTES."
LOS PRÁCTICOS DEL RÍO EN ACCIÓN
Il commandante Vittorio Petra no se come los cigarrillos porque saliendo de la timonera está prohibido fumar, pero hunde las manos en un sobretodo impecable, cuyos bolsillos ya deben estar rotos cuando los brazos se ponen derechos y se pegan al cuerpo.
Mentalmente se está tragando el puerto. Si hablara, repetiría la imprecación de los capitanes de ultramar cuando entran en Buenos Aires: tutti pazzi.
Pero Il commandante Vittorio Petra tiene un buen dominio de sus nervios y guarda un silencio estoico mientras el Esso Puerto Rico –bandera panameña, tripulación italiana, carga venezolana, capital estadounidense– abanica la popa frente a la entrada de la Dársena D de Dock Sud, apoya en el fondo del Riachuelo, de donde surgen borbollones de barro negro, se escora y vuelve a enderezar, procurando un ingreso que debe ser impecable o catastrófico: no hay términos medios con un petrolero y gasero que desplazaba 60.000 toneladas antes de ser alijado dos veces y guarda todavía 10.000 toneladas de propano y butano: una especie de bomba atómica flotante.
Sólo un hombre a bordo parece no vivir el momento como las vísperas de Hiroshima. El capitán Buhler, práctico del puerto, calcula en términos de centímetros el desplazamiento de una mole de doscientos veinte metros de eslora, que sumados a los remolcadores y los cabos de remolque abarca tres cuadras y media de largo por treinta metros de ancho. La boca de la dársena tiene cuarenta.
–Mezzo tímone –dice el capitán Buhler, porteño de por aquí.
–Mezzo timone –repite como un eco el timonel.
El petrolero gira en cámara lenta frente a la boca de la dársena: entra de popa para tener la salida expedita "si pasa algo". Unos metros más, y enfrenta la piedra del murallón.
–Avanti adagio –dice el capitán Buhler.
El remolcador de proa vuelve a su tarea de hormiga.
–Dietro molió adagio –dice el capitán Buhler.
El Esso Puerto Rico va a entrar finalmente en el ojo de la aguja. Desde el puente, a dieciocho metros sobre el agua, la boca de la dársena apenas se ve, tapada por el palo y la cubierta, donde se despliega una red intestinal de cañerías rojas, azules,verdes, amarillas entre los botellones verticales de gas enclavados en las bodegas de petróleo. Para saber que nos movemos hay que mirar a los costados donde las piedras del murallón están desgastadas por el roce de otros buques. Pero éste no puede rozar. Aun a paso de hormiga cualquier fricción empezaría a medirse en tonelámetros, pondría al rojo vivo las chapas de acero. En eso no se quiere pensar: cuando se piensa en eso ya no se habla del buque, sino de todo Dock Sud, cuyas refinerías brillan al sol.
Desde arriba el margen a babor parece haberse reducido a un par de metros. En la mejilla del
commandante Petra palpita un músculo.
–Tutto a sinistra –dice el capitán Buhler, manejando el remolcador de proa con la sirena del barco, el de popa con un silbato–. Mezzaforza –dice y el telégrafo Chadburn vuela a la sala de máquinas, regresa instantáneo con la estridencia de la campanilla que indica entendido, ejecutado.
Los toques de respuesta del remolcador suenan lúgubres como un gemido animal.
El Esso Puerto Rico se enhebra ahora limpiamente en el dock, la proa deja atrás las mandíbulas de piedra.Veinte minutos después está amarrando.
–Ferma la machina –dice el capitán Buhler. La cara del commandante Petra está despejada, mira con placer la silueta de Buenos Aires, el humo blanco de las fábricas bajo el cielo celeste. Ha recuperado el juvenil humor peninsular y el dominio de su barco, "chefaceva la campana, ding-dong", dice, riéndose al fin.
–¿A qué hora le dije que estaríamos atracados?
–A las cuatro y media –dice il commandante Petra.
El capitán Buhler mira su reloj. Son las cuatro y veinticinco.
VIDA EN LOS PONTONES
De noche, como quien viene de Europa, es la primera luz que se ve al entrar en el Río de la Plata. De día es una raya que se aplana contra el horizonte para esquivar los cañonazos que le estaban destinados cuando en 1889 lo botaron como acorazado Independencia, vocación que el tiempo destruyó hasta reducirlo a albergue de pilotos y prefecturianos. Anclado en el río a la vista de Montevideo y su cerro, bornea a la corriente que lo lame, lentamente roído por el salitre. Medio metro de coraza bajo el agua no atrae minas ni torpedos, sino gordos mejillones que las corvinas devoran.
Nadie baja al barrio chino donde se herrumbran las viejas máquinas de vapor, la oscuridad se estanca en laberintos, el agua gorgotea despacio en las sentinas. Nadie sube el nido de cuervos donde está el faro ni al nido de paloma de la cofa. En la pintura roja de los flancos grandes letras blancas anuncian: "Pontón prácticos Recalada".
Los veinte hombres que al mando de un oficial operan el pontón viven el tedio de una rutina que dura quince días, hasta que aparece el aviso Albatros con el trozo de relevo, los víveres y el agua dulce. Cuando el río se encrespa, el viejo acorazado baila, cruje, rompe muebles y vajilla. Hace cuatro años cortó la cadena del ancla, quedó al garete y sin luz en la tempestad, amaneció casi sobre la costa uruguaya. Tiempo después un carguero despistado lo hizo víctima de ignominioso abordaje, que estuvo a punto de partirlo en dos. Pero ya son sus últimos días: en puerto se apresta el ex transporte Les Eclaireurs, que lo reemplazará cuando asuma su final destino de hierro viejo.
En la sala de prácticos el almuerzo se sirve a las once, la cena a las siete, el café a cualquier hora del día o de la noche. Un pizarrón registra los buques de entrada y salida, el hombre y el turno de los pilotos que han de tomarlos y el camarote que ocupan. A veces hay tiempo para dormir. A veces para un cigarrillo.
Ocho a diez veces por día un barco que entra aminora apenas la velocidad, mientras la lancha del pontón sale a buscarlo –un punto en el oleaje–, lo alcanza, se pone a sotavento y lo acompaña en su avance. Por la borda, que suele parecer altísima, recortada en el cielo, desciende la escala real o una simple escalera de gato, y el práctico sube. Cuando hay pesio –mar agitado, noche y niebla– la maniobra puede terminar en una costilla quebrada o en algo peor. Cronista y fotógrafo tuvieron "mala suerte": el día era azul, el río tranquilo cuando volvieron a embarcar en el Providence, un hermoso bull-carrier noruego, de cubierta lisa como un portaaviones, 175 metros de eslora, en lastre a Intersección y Rosario.
–Fourteen knots. Nothing to starboard.
Aquí las órdenes se dan en inglés, se repiten sin urgencia en la timonera soleada. Navegar a catorce nudos con apenas veintidós pies de calado es más que nada un placer, pero el capitán Colombani, presidente de la Asociación de Prácticos del Río de la Plata –que excepcionalmente pilotea en esta mañana de sol– no olvida los peligros que oculta la faz inocente del agua rayada de gaviotas.
Saliendo de Buenos Aires el canal de acceso corre hacia el sudeste, hasta el kilómetro 37, donde ancla el ex acorazado Libertad, hoy pontón Intersección, tan cargado de años como su gemelo de Recalada. Ahí convergen el canal de Martín García, que sirve a la navegación del Uruguay y el Paraná, y el Intermedio.La profundidad determinante del canal de acceso es de veintiocho pies y medio (un pie igual a treinta centímetros), se mantiene mediante dragado y aumenta o disminuye con la marea. Tiene unos ochenta metros de ancho.
El canal Intermedio va del kilómetro 37 al 117. Su profundidad y su ancho son mayores, pues se mantiene dragado por acción de la corriente.
El canal de Punta Indio completa el sistema. Durante unas diez millas sigue el mismo rumbo que el
Intermedio. Pero a la altura del par 21 de boyas dobla abruptamente hacia el este, en dirección a Montevideo. Ese lugar, el Codillo, es el que quita el sueño a los prácticos. A partir de ahí la corriente fluye de través y el buque debe compensar la deriva con el abatimiento: navegar oblicuamente. Pero un abatimiento de diez grados llega a duplicar la manga (ancho), que en algunos barcos es ya de treinta metros. La distancia entre boyas sobre la superficie del canal es de ochenta, pero en el fondo se reduce a treinta y un buque grande navega prácticamente encajonado.
–Para cruzarse con otro –dice el capitán Colombani–, usted debe ponerle proa como si lo fuera a embestir, hasta que llega a mil metros de distancia. Sólo entonces empieza a recostarse contra su veril. Pero después que sacó la proa, tiene que sacar también la popa, porque el otro está haciendo lo mismo.
Este paso de "ballet" exige una precisión absoluta. Un error no se enmienda, porque aun dando toda
máquina atrás una mole como ésta seguirá avanzando dos kilómetros y rompiendo lo que halle en su camino.
–Pasamos –dice el práctico Tomasevich–, pero con cada masaje de corazón...
Los canales, se admite, fueron hechos para otro tipo de barcos en la época dorada del trigo o las carnes. O más bien se construía especialmente para navegar en el Río de la Plata. Hoy las grandes empresas navieras lanzan al mar colosos que superan las cien mil toneladas, proyectan otros que llegarán a doscientos mil. Esos buques simplemente no podrán entrar en Buenos Aires, ni aun paralizando el resto del tráfico, como sucede ahora con el Esso Puerto Rico o el Eugenio C.
Barcos que calan hasta 32 pies entran en Buenos Aires, y salen, por canales de 29 pies. Avanzan
literalmente arando el fondo, desplazando con la quilla hasta un metro de barro.
–De golpe usted encuentra un lomo de burro, el barco se escora a un lado y a otro. Usted mira alrededor y piensa que hay una tormenta, pero el día está tranquilo como hoy.
Sigue tranquilo cuando en el kilómetro 83 pasamos junto a las boyas verdes que señalan los cascos
hundidos del Biguá, el Marionga Kairis, el Ciudad de Asunción. Ninguno de ellos, nos aclaran, llevaba práctico, y no se registran en los últimos años accidentes graves debidos al practicaje. Pero nadie quiere convertir esa certidumbre en pronóstico del futuro.
Los prácticos, que suelen denominarse a sí mismos, "el almirantazgo de los capitanes", están orgullosos de esa especie de operación mágica que les permite navegar en seco, abriendo canales por su cuenta, reemplazar por el olfato comunicaciones defectuosas, argumentar victoriosamente contra los pronósticos meteorológicos, argüir con un dejo de burla que lo único que sirve para orientarse es el dedo, estacionar un gigante de tres cuadras de largo como si fuera un Volkswagen. Pero no hay uno solo de ellos que no tema una catástrofe, que no sueñe con las dragas que en Maracaibo o en el Golfo abren canales de cuarenta pies sin dejar de navegar a doce nudos. ¿Palabras mayores? Quizá, cuando uno las oye sobre la cubierta del acorazado que sigue meciéndose, como hace ochenta años, ante un lejano resplandor nocturno llamado Buenos Aires.
Re: En el canal de los peces leprosos
¡Qué hermosos, Finis, muy buenos!
Muchas gracias.
Muchas gracias.
Re: En el canal de los peces leprosos
Perdón, por algún motivo Carmen no se puede identificar en foro y me mandó esto para que lo publique (hago de mensajero);
HERMOZOS LOS DOS CUENTOS, TANTO EL DEL SR RAYA COMO EL DEL SR FINISTERRA.
PERMITASEME UNA LICENCIA Y SOLO ES MENCIONAR QUE LAMENTO AMBOS SEAN PERONISTAS, DISTINTO UVIERA SIDO EL TONO POÉTICO, ASÍ COMO SU RIMA, COLOR Y DEMÁS ADJETIVOS, SI AMBOS SE EXPRESARAN HABIERTAMENTE CON OTROS IDEALES. PERO ESO ES HARINA DE OTRO QUINTAL POR ESO EL PEDIDO DE LICENCIA.
EN ESTOS MOMENTOS DE CUARENTANAK, EN EL CUAL SOLO PODEMOS SALIR AL ESTERIOR A TRAVES DE LA VENTANA POETICA QUE ESTOS DOS NAVEGANTES NOS TRAEN, NO ES POCO PEGAR UN VIZTASO A UN MUNDO QUE HOY NOS ES HOSTIL.
VALGA ESTA PAGUINA DEL SR OSSO, QUE NOS PEMITE NAVEGAR AUNQUE SEA CON LA MENTE, MIENTRAS ESTAMOS EN NUESTROS HOGARES TRATANDO DE LLEVAR ESTE ENCIERRO QUE ERA UN POCO DURO, SIN EMBARGO CADA VEZ QUE ESCUCHO A FEINMANN ME PARECE MAS DURO AÚN Y CUANDO PONGO LA CORNISA, YA NO TENGO DUDAS QUE ESTE ES UN PLAN MAKIAVELICO CUYO UNICO OBJETIVO ES QUE NOS SUICIDEMOS TODOS,
PERO MAS ALLA DE LAS CREENCIAS PERZONALES (YO PONGO LAS MANOS EN EL FUEGO POR MAJUL, PERO RESPETO A QUIEN OPINE LO CONTRARIO) LA REALIDAD ES QUE ESTAMOS TODOS/AS/ES ENCERRADO EN NUESTRAS RESPECTIVAS CASAS, CON QUIEN NOS TOCO, Y NO SOLO CON QUIEN NOS TOCO SINO CON LO QUE SE TRANSFORMO EN QUIEN NOS TOCO.
EL QUE ME TOCO A MI SE EMPEZO A TRANSFORMAR EN UN ALLIEN
Y ES ALLI QUE DESCUBRIMOS ARISTASS (LIMABLES Y ARISTAS DE DIAMANTE, INLIMABLES)... PERO ESTAMOS EN CUARENTENA Y NO PODEMOS HACER DEMASIADO.
FUE EN ESA SITUACION, ENCERRADA EN LA PARTE MAS ALTA DE MI CASTILLO, MUY LEJOS DE PEDRO, MI ANTAÑO GRAN CAPITÁN DE CRUCERO Y HOY -LUEGO DE LA CUARENTENA- CONVERTIDO EN UNA ESPECIE DE MOUNSTRUO-FAGOCITOSIS QUE TODO MI PESAR, ASI COMO MIS DESEOS PUEDEN ESPRESARCE A TRAVES MI PLUMA.
AQUI MI APORTE A ESTE RINCON POETICO INICIADO Y ALIMENTADO POR LOS DOS SUPBERCIBOS DE RAYA Y FINISTERRA, SOLO PARA QUE DE UNA VEZ POR TODAS ENTIENDAN QUE LA GRIETA ¡SE ACABO!
EN CUARENTENA CON PEDRO – EL PUTO-
TU, QUE ANTAÑO ME HAS CONQUISTADO
CON TU IMPRONTA, DECIDIDA!
Y YO, -QUE TE ERA ESQUIVA-
EN TUS BRAZOS HE ACABADO
PERO EL TIEMPO HA PASADO
Y AQUEL CAPITÁN VALIENTE
QUE SE MOSTRABA SONRIENTE
SE REVUELCA EN EL LODO
¿ES QUE YA NO EXISTE MODO
DE GENERAR SENSACIONES
Y QUE ESTALLEN EMOCIONES
PARA BORRAR LO EMPAÑADO?
¡TU CRUCERO ESTA VARADO!
Y YA NO ME LLAMAS BABY
¿DEBO IRME CON LARRY,
A “VOLAR” POR EL DORADO?
¿O PREFERIS QUE REGRESE
CON EL DEL BORDIGA 18 ?
QUE EL MUCHACHO -SIGILOSO-
NUNCA ME DEJO QUE ESPERE!
NO TIRES DE LA SOGA
SABIENDO SOY ESQUIVA AL VELERO
NO VAYA A SER QUE EL CRUCERO
TE LO TUMBE ALGUNA OLA
PORQUE SI ESTA PRINCESA HOY GRITA
QUE ALGUN CAPITÁN LA RESCATE
TIENE VALIJA, EL MATE
Y HASTA SU MANO EN LA BITA
PRONTA A SOLTAR LAS AMARRAS
QUE LA LLEVEN, CON MUCHAS GANAS
A CONOCER HORIZONTES
LEJOS DE AQUELLOS GERONTES
QUE PROMETIERON -EN VANO-
CUMPLIR LA LEY DEL ENANO
DE LA ELE INVERTIDA
¡QUE SERIA DE MI VIDA!
…. ESPERANDO AQUEL MILAGRO!
HOY PODRIA NAUFRAGAR
Y HASTA PREPARARIA UN PASTEL
SI SE DESENGORILA SIR MICHEL
Y ME INVITA A NAVEGAR
BUENO, ESTE FUE MI HUMILDE APORTE. ESPERO NO SALGA DE AQUI PORQUE NO QUISIERA QUE PEDRO SE ENTERARA DE MIS PENSAMIENTOS INTIMOS EN TIEMPOS DE CUARENTENA.
BESOS
Re: En el canal de los peces leprosos
Sublime, CARMEN.
Por rescatarte habadonaré la supberción el peronismo la vela.
¡RECISTE QUE ALLÁ VOY!!!
Por rescatarte habadonaré la supberción el peronismo la vela.
¡RECISTE QUE ALLÁ VOY!!!
- FinisTerra
- Mensajes: 1280
- Registrado: Vie Jul 20, 2018 9:41 pm
Re: En el canal de los peces leprosos
Que alegria que con nuestros aportes literarios, aun poetico-politicos no correctos,se logre el regreso de CARMEN!!!!
No te pierdas y continua iluminando nuestro camino!
No te pierdas y continua iluminando nuestro camino!
- Mariano Grumete
- Mensajes: 4407
- Registrado: Lun Jul 30, 2018 11:49 am
Re: En el canal de los peces leprosos
Muy buenas las tres lecturas, pero hay que reconocer que al lado de Carmen, los otros dos parecen meros principiantes
-
- Mensajes: 67
- Registrado: Mar Dic 04, 2018 11:08 am
Re: En el canal de los peces leprosos
Aporto un cuento náutico de mi autoria para sobrellevar la cuarentena.
DUDAS
Mis vacaciones se terminan. Lamentable momento. Después de quince días de descanso por la costa de Uruguay, ha llegado el momento del regreso. Estoy con mi mujer en mi pequeño velero de veinte pies en Colonia y tengo que pasar por prefectura uruguaya para los trámites aduaneros de rigor.
-Sus datos, por favor- me dice el prefecto.
-Sí, cómo no, Raúl Miconos, 34 años, mi mujer es Brisa Verdi de 33 y la embarcación se llama “Avanti”.
-Muy bien, mire que hay posibilidad de chaparrones para mañana. Antes de partir, llame para averiguar el pronóstico.
-Bueno, eso haré- le contesto, recordando esa sana costumbre de la prefectura uruguaya de cerrar el puerto y no permitir la salida si las condiciones meteorológicas no son propicias.
Ya había verificado el pronóstico en Internet, como hago siempre que cruzo el río: “Vientos leves del este, con probabilidad de chaparrones aislados”. No está mal, el viento del este es muy bueno para ir a Buenos Aires ya que con ese rumbo el viento es de popa. Lo de chaparrones aislados no es lo mejor, siempre es mejor el cielo despejado; pero mientras no pasen de ser aislados, no implica tormentas complicadas. Hace cinco años que navego y trato de hacerlo con buen pronóstico por una cuestión de tranquilidad.
A la mañana siguiente el cielo está apenas nublado.
Al comunicarnos con prefectura avisando la partida, nos dan el ok. y nos desean buena navegación.
Pienso: que así sea.
Partimos con viento en popa como se preveía y ponemos las dos velas, la mayor y el foque, lo cual nos permite avanzar a una velocidad de cinco nudos. Siendo la distancia a Buenos Aires de más o menos veinticinco millas, en cinco horas estaremos frente a la ciudad y como partimos a las 10 llegaríamos a las 15 horas.
-¿Qué te parece, querida?
-Que son sólo cálculos y el futuro sabés, no se puede prever- me contesta.
Y tiene razón, me gusta hacer cálculos y predicciones y en realidad no puedo dejar de hacerlos, no sé si es por mi profesión de ingeniero o por la necesidad de manejar y controlar lo azaroso que tiene la navegación a vela. O por las dos cosas. Esta navegación depende de una variable tan impredecible como es el viento, que puede cambiar tanto de dirección como de intensidad varias veces al día, por lo que mis cálculos, en general, son efímeros.
Pero a las 11 estamos cruzando el canal uruguayo, dejando atrás las islas San Gabriel y Farallón. Está nublado, pero aparece por instantes el sol. Lo único negativo es que no se ve la ciudad de Bs. As. y desde aquí, normalmente, ya se ven los edificios más altos.
-¿Me alcanzás la radio que quiero saber cómo está la ciudad?
Al prenderla no encuentro más que música y comentarios políticos. Estaba por apagarla cuando aparece la realidad climática:
- Llueve en la ciudad, pero una oyente de Monte Grande nos avisa que allí hay sol.
Caramba, lluvia y sol a pocos kilómetros de un lugar al otro. Pienso otra vez en los chaparrones aislados.
Sigo siempre viento en popa y con cielo apenas nublado. Al rato, nuevamente la radio:
- Diluvia como hace mucho tiempo no sucedía.
-¿Escuchaste que diluvia en la ciudad?- le participo a mi mujer, que está en la cabina.
-Sí, ¿no eran chaparrones aislados? Me parece que tus pronósticos y cálculos empiezan a fallar, querido.
No me preocupa tanto ese comentario burlón, como lo que comienzo a ver delante de mí: un telón negro, es decir una tormenta, se está desplegando frente a nosotros desde el norte hasta el sur y avanzando desde el oeste hacia el este, o sea directo a nuestra posición.
-Tenemos conexión con el servicio meteorológico, adelante- la radio aparece en escena otra vez.
-Sí, hemos emitido a las 10,30 este alerta meteorológico: Tormentas y lluvias intensas, para Capital Federal, norte de la provincia de Buenos Aires y el Río de la Plata.
-Pero la puta madre, como puede aparecer semejante tormenta así de improviso-
Brisa sale apresurada para ver el motivo de mi insulto y por un instante se queda muda mirando el cielo. Estoy a diez millas de Colonia y a quince de Buenos Aires, prácticamente en la mitad del río y no puedo creer lo que estoy viendo: un frente de nubes tan bien alineado, tan oscuro, que me hace subir las pulsaciones como nunca antes.
-¿Y ahora qué hacemos?- plantea ella.
-No podemos enfrentar semejante tormenta, después de todo estamos más cerca de Colonia. Demos la vuelta, bajame el foque mientras yo prendo el motor.
Con la vela mayor y el motor volvemos a una velocidad de tres nudos .El viento y el oleaje lo tenemos,
ahora, en contra y nos frena bastante. Sin embargo parece que nos alejamos de la tormenta.
-¿Escuchaste en la radio si es sólo lluvia o si viene también con viento?-pregunto.
-Recién hablaban de un árbol que cayó y aplastó un automóvil.
Entonces estamos haciendo lo correcto.
-¿Aviso por radio que “Avanti” retrocede a Colonia?- pregunta Brisa.
-“Avanti” nunca retrocede, carajo…Solo cambiamos de rumbo…Mejor no avises nada.
Después de un buen rato del cambio de rumbo mantenemos la distancia con el “telón de fondo” que nos persigue.
-Acá hay olor a nafta- señala Brisa desde el interior del barco.
-No puede ser- digo fastidiado. Sin embargo levanto la tapa del compartimiento donde está el tanque de combustible y veo lo que no quería ver: la nafta esparcida por todo el lugar. Levanto el tanque y encuentro la pinchadura. No me queda más que un litro utilizable.
-¡Ahora tiene que pasar esto! En cinco años nunca ¿justo ahora?- grito. Lo que me callo es cierta máxima de la náutica que me viene a la mente que dice que para que se produzca una desgracia deben juntarse tres o más elementos negativos. Nosotros ya tenemos dos.
Estamos a sólo siete millas de Colonia y se nos acabó la nafta. Subo la vela de proa para poder avanzar mejor, pero el viento y el oleaje en contra hacen que nuestra velocidad sea de dos nudos, y la tormenta ahora sí se acerca. Por primera vez desde que navego no sé qué hacer, veo la ciudad de Colonia, allí, tan cerca que daría cualquier cosa por estar en el puerto a salvo. A ver, pensá con tranquilidad, me digo a mí mismo, estoy a siete millas de Colonia, pero para ir tengo viento y oleaje en contra y estoy a dieciocho de Buenos Aires con viento a favor, pero la tormenta en el camino. ¿Qué hago?
No, no me puede agarrar el mal tiempo entrando a Colonia con las islas y piedras que hay en toda esa zona y además sin motor. Sería un peligro doble.
-Cambiamos rumbo, vamos a Buenos Aires. ayudame a poner el tormentín que yo le tomo las manos de rizos a la mayor para achicar la vela.- le señalo a Brisa.
Terminamos de acomodar las velas y le apunto a la tormenta cuando pienso, otra vez, que es una locura, no tiene sentido enfrentarla, cuando estamos tan cerca de Colonia.
Cambio nuevamente el rumbo sin decirle a ella y las lágrimas me corren por la cara angustiado por no poder tomar una decisión. Me siento como un chico que se ha perdido en una gran ciudad y no sabe qué rumbo tomar ni en quién confiar, pareciera que el río me ha atrapado, que me tiene inerte, a su merced, como si este gran amigo de golpe se hubiera enemistado y hubiese soltado mi mano, entrando en un laberinto de dudas y temores, que me llevarán a estar todo el día luchando con la tormenta y sin decidir qué hacer.
-¿Pero por qué no podés tomar una decisión?- me pregunta Brisa.
-No sé…No sé qué me pasa. Siempre ante una elección hay una de las dos posibilidades que es mejor que la otra, que es más conveniente, pero en este caso me parecen que están empatadas, que ninguna le saca ventaja a la otra, cada una con sus pros y contras, como si estuvieran en un perfecto equilibrio.
-No creo que sean tan iguales. Lo que me parece es que llegaste a tu límite, a un límite que vos mismo te pusiste, que son las tormentas. Nunca las enfrentaste, por seguridad las evitaste siempre. Pero esta vez, prácticamente, no hay otro camino, tenés que atravesar ese límite. En su momento fue el primer cruce del río y lo lograste, ahora te toca éste.- me señala, como si fuese una psicóloga.
Una Brisa me sacudió y no es la del viento. Muevo la caña del timón y el rumbo cambia otra vez a Buenos Aires, hacia la tormenta, en pocos minutos la cortina de lluvia nos alcanza, nos lava la cara y siento, por fin, un gran alivio.
DUDAS
Mis vacaciones se terminan. Lamentable momento. Después de quince días de descanso por la costa de Uruguay, ha llegado el momento del regreso. Estoy con mi mujer en mi pequeño velero de veinte pies en Colonia y tengo que pasar por prefectura uruguaya para los trámites aduaneros de rigor.
-Sus datos, por favor- me dice el prefecto.
-Sí, cómo no, Raúl Miconos, 34 años, mi mujer es Brisa Verdi de 33 y la embarcación se llama “Avanti”.
-Muy bien, mire que hay posibilidad de chaparrones para mañana. Antes de partir, llame para averiguar el pronóstico.
-Bueno, eso haré- le contesto, recordando esa sana costumbre de la prefectura uruguaya de cerrar el puerto y no permitir la salida si las condiciones meteorológicas no son propicias.
Ya había verificado el pronóstico en Internet, como hago siempre que cruzo el río: “Vientos leves del este, con probabilidad de chaparrones aislados”. No está mal, el viento del este es muy bueno para ir a Buenos Aires ya que con ese rumbo el viento es de popa. Lo de chaparrones aislados no es lo mejor, siempre es mejor el cielo despejado; pero mientras no pasen de ser aislados, no implica tormentas complicadas. Hace cinco años que navego y trato de hacerlo con buen pronóstico por una cuestión de tranquilidad.
A la mañana siguiente el cielo está apenas nublado.
Al comunicarnos con prefectura avisando la partida, nos dan el ok. y nos desean buena navegación.
Pienso: que así sea.
Partimos con viento en popa como se preveía y ponemos las dos velas, la mayor y el foque, lo cual nos permite avanzar a una velocidad de cinco nudos. Siendo la distancia a Buenos Aires de más o menos veinticinco millas, en cinco horas estaremos frente a la ciudad y como partimos a las 10 llegaríamos a las 15 horas.
-¿Qué te parece, querida?
-Que son sólo cálculos y el futuro sabés, no se puede prever- me contesta.
Y tiene razón, me gusta hacer cálculos y predicciones y en realidad no puedo dejar de hacerlos, no sé si es por mi profesión de ingeniero o por la necesidad de manejar y controlar lo azaroso que tiene la navegación a vela. O por las dos cosas. Esta navegación depende de una variable tan impredecible como es el viento, que puede cambiar tanto de dirección como de intensidad varias veces al día, por lo que mis cálculos, en general, son efímeros.
Pero a las 11 estamos cruzando el canal uruguayo, dejando atrás las islas San Gabriel y Farallón. Está nublado, pero aparece por instantes el sol. Lo único negativo es que no se ve la ciudad de Bs. As. y desde aquí, normalmente, ya se ven los edificios más altos.
-¿Me alcanzás la radio que quiero saber cómo está la ciudad?
Al prenderla no encuentro más que música y comentarios políticos. Estaba por apagarla cuando aparece la realidad climática:
- Llueve en la ciudad, pero una oyente de Monte Grande nos avisa que allí hay sol.
Caramba, lluvia y sol a pocos kilómetros de un lugar al otro. Pienso otra vez en los chaparrones aislados.
Sigo siempre viento en popa y con cielo apenas nublado. Al rato, nuevamente la radio:
- Diluvia como hace mucho tiempo no sucedía.
-¿Escuchaste que diluvia en la ciudad?- le participo a mi mujer, que está en la cabina.
-Sí, ¿no eran chaparrones aislados? Me parece que tus pronósticos y cálculos empiezan a fallar, querido.
No me preocupa tanto ese comentario burlón, como lo que comienzo a ver delante de mí: un telón negro, es decir una tormenta, se está desplegando frente a nosotros desde el norte hasta el sur y avanzando desde el oeste hacia el este, o sea directo a nuestra posición.
-Tenemos conexión con el servicio meteorológico, adelante- la radio aparece en escena otra vez.
-Sí, hemos emitido a las 10,30 este alerta meteorológico: Tormentas y lluvias intensas, para Capital Federal, norte de la provincia de Buenos Aires y el Río de la Plata.
-Pero la puta madre, como puede aparecer semejante tormenta así de improviso-
Brisa sale apresurada para ver el motivo de mi insulto y por un instante se queda muda mirando el cielo. Estoy a diez millas de Colonia y a quince de Buenos Aires, prácticamente en la mitad del río y no puedo creer lo que estoy viendo: un frente de nubes tan bien alineado, tan oscuro, que me hace subir las pulsaciones como nunca antes.
-¿Y ahora qué hacemos?- plantea ella.
-No podemos enfrentar semejante tormenta, después de todo estamos más cerca de Colonia. Demos la vuelta, bajame el foque mientras yo prendo el motor.
Con la vela mayor y el motor volvemos a una velocidad de tres nudos .El viento y el oleaje lo tenemos,
ahora, en contra y nos frena bastante. Sin embargo parece que nos alejamos de la tormenta.
-¿Escuchaste en la radio si es sólo lluvia o si viene también con viento?-pregunto.
-Recién hablaban de un árbol que cayó y aplastó un automóvil.
Entonces estamos haciendo lo correcto.
-¿Aviso por radio que “Avanti” retrocede a Colonia?- pregunta Brisa.
-“Avanti” nunca retrocede, carajo…Solo cambiamos de rumbo…Mejor no avises nada.
Después de un buen rato del cambio de rumbo mantenemos la distancia con el “telón de fondo” que nos persigue.
-Acá hay olor a nafta- señala Brisa desde el interior del barco.
-No puede ser- digo fastidiado. Sin embargo levanto la tapa del compartimiento donde está el tanque de combustible y veo lo que no quería ver: la nafta esparcida por todo el lugar. Levanto el tanque y encuentro la pinchadura. No me queda más que un litro utilizable.
-¡Ahora tiene que pasar esto! En cinco años nunca ¿justo ahora?- grito. Lo que me callo es cierta máxima de la náutica que me viene a la mente que dice que para que se produzca una desgracia deben juntarse tres o más elementos negativos. Nosotros ya tenemos dos.
Estamos a sólo siete millas de Colonia y se nos acabó la nafta. Subo la vela de proa para poder avanzar mejor, pero el viento y el oleaje en contra hacen que nuestra velocidad sea de dos nudos, y la tormenta ahora sí se acerca. Por primera vez desde que navego no sé qué hacer, veo la ciudad de Colonia, allí, tan cerca que daría cualquier cosa por estar en el puerto a salvo. A ver, pensá con tranquilidad, me digo a mí mismo, estoy a siete millas de Colonia, pero para ir tengo viento y oleaje en contra y estoy a dieciocho de Buenos Aires con viento a favor, pero la tormenta en el camino. ¿Qué hago?
No, no me puede agarrar el mal tiempo entrando a Colonia con las islas y piedras que hay en toda esa zona y además sin motor. Sería un peligro doble.
-Cambiamos rumbo, vamos a Buenos Aires. ayudame a poner el tormentín que yo le tomo las manos de rizos a la mayor para achicar la vela.- le señalo a Brisa.
Terminamos de acomodar las velas y le apunto a la tormenta cuando pienso, otra vez, que es una locura, no tiene sentido enfrentarla, cuando estamos tan cerca de Colonia.
Cambio nuevamente el rumbo sin decirle a ella y las lágrimas me corren por la cara angustiado por no poder tomar una decisión. Me siento como un chico que se ha perdido en una gran ciudad y no sabe qué rumbo tomar ni en quién confiar, pareciera que el río me ha atrapado, que me tiene inerte, a su merced, como si este gran amigo de golpe se hubiera enemistado y hubiese soltado mi mano, entrando en un laberinto de dudas y temores, que me llevarán a estar todo el día luchando con la tormenta y sin decidir qué hacer.
-¿Pero por qué no podés tomar una decisión?- me pregunta Brisa.
-No sé…No sé qué me pasa. Siempre ante una elección hay una de las dos posibilidades que es mejor que la otra, que es más conveniente, pero en este caso me parecen que están empatadas, que ninguna le saca ventaja a la otra, cada una con sus pros y contras, como si estuvieran en un perfecto equilibrio.
-No creo que sean tan iguales. Lo que me parece es que llegaste a tu límite, a un límite que vos mismo te pusiste, que son las tormentas. Nunca las enfrentaste, por seguridad las evitaste siempre. Pero esta vez, prácticamente, no hay otro camino, tenés que atravesar ese límite. En su momento fue el primer cruce del río y lo lograste, ahora te toca éste.- me señala, como si fuese una psicóloga.
Una Brisa me sacudió y no es la del viento. Muevo la caña del timón y el rumbo cambia otra vez a Buenos Aires, hacia la tormenta, en pocos minutos la cortina de lluvia nos alcanza, nos lava la cara y siento, por fin, un gran alivio.
Re: En el canal de los peces leprosos
Doña Carmen, recién nos conocemos pero con gusto la invito a volaaaaarrrrrrrrrrrrr !!!!! Indique usted la derrota, del resto me ocupo yo ......
Larry
- Mariano Grumete
- Mensajes: 4407
- Registrado: Lun Jul 30, 2018 11:49 am
Re: En el canal de los peces leprosos
Muy bueno Viento en popa. Esa vez te tocó ceñida, finalmente.
Última edición por Mariano Grumete el Dom Abr 26, 2020 12:51 pm, editado 1 vez en total.
Re: En el canal de los peces leprosos
Bien por el relato de Viento en popa, pero lo de CARMEN es excelente, me reí como hace tiempo no ocurría, realmente la extrañabamos muchisimo.
Gracias a Raya y Fnis que despertaron la pluma de la POETA del foro.
Slds
Gracias a Raya y Fnis que despertaron la pluma de la POETA del foro.
Slds
Re: En el canal de los peces leprosos
Muy bueno, Viento en Popa, muy bueno.
Casi a la altura de CARMEN,
Casi a la altura de CARMEN,
-
- Mensajes: 67
- Registrado: Mar Dic 04, 2018 11:08 am
Re: En el canal de los peces leprosos
Gracias muchachos, me alegra que les haya gustado. Abrazos
Re: En el canal de los peces leprosos
Me encanto, Viento en Popa. Quiero la segunda parte. Me quede helado con toda la nafta esparcida...